Obligado, no

Obligado, no

Obligado, no

Rafael Chaljub Mejìa

Esto es muy personal. No sé de asuntos jurídicos ni electorales, pero tengo para mí que eso de establecer el voto obligatorio significa una imposición y un retroceso. Se dice que así se evitaría la compra de cédulas el día de las votaciones.

Pero aún quedarían abiertas mil y una brechas para la manipulación del sufragio de determinados ciudadanos que, a punta de dádivas y todas las formas del clientelismo, empiezan a ser cautivos desde mucho antes de los comicios.

Se aduce que obligando a la gente a ir a las urnas se evitaría la tendencia a la despolitización y el indiferentismo que propician los pregoneros del neoliberalismo, pero eso no se combate obligando a la gente a hacer lo que no quiere, sino presentando ideas y propuestas que atraigan a los votantes y les creen conciencia sobre la necesidad de la participación política.

Votar es un derecho y ese y cualquier otro derecho usted lo ejerce o se lo reserva según lo que le dicte su voluntad o su conciencia.

En otros países el voto obligatorio podrá haber dado sus resultados, pero aquí es símbolo de opresión y dictadura.

Con eso se ha jugado a través de la historia y para no remontarnos a los seis años de Buenaventura Báez, cuando la gente era convocada a votar a los cuarteles y votaba bajo la custodia de algún bárbaro que trabuco en mano le preguntaba si votaba por Báez o contra éste; recordemos el célebre discurso del general Macabón cuando le decía a la gente de Samaná que las elecciones eran totalmente libres y “cada quien puede votar por quienquiera, pero ay de aquel que no vote por el general Lilís”.

Yo alcancé a ver las elecciones bajo Trujillo, en las cuales el candidato único del partido único y obligatorio obtenía todos los votos emitidos contra cero.

Y ay de aquel que después de aquellas farsas crueles, no tuviera en su cédula el sello con la palabra “votó”. Si ese día usted estaba enfermo y no podía levantarse, mandaba su cédula con su vecino al lugar donde se instalaba la urna y así cumplía con la rígida exigencia del voto obligatorio.

Ir a las urnas es un derecho. Abstenerse y quedarse al margen de todo aquello es otro derecho que igualmente debiera respetarse, en nombre de la libertad de conciencia y la democracia.



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