Con 21 millones de contagiados y 230 mil muertos, la India clama por contener el COVID-19 para frenar una pandemia que crece a un ritmo de 410 mil nuevos casos diarios.
Pese a fabricar la vacuna de AstraZeneca y de tener un sistema de salud accesible para todos, el contagio descontrolado saturó las unidades de cuidados intensivos, agotando el oxígeno y precipitando desgarradoras escenas de muerte en las mismas filas de ingreso a los hospitales.
Mientras tanto, confinados en casa para contener la pandemia, los consumidores del mundo preservaron sus ingresos gracias al apoyo fiscal de emergencia, volcándose en las redes para sus compras con entrega a domicilio. Mantuvieron así la economía mundial en movimiento, triplicando el costo de los contenedores de transporte marítimo.
Preocupados por mantenerse a flote y recuperarse pronto, sus países rechazan ahora que atraquen en sus puertos barcos con tripulación hindú – nacionalidad de 240 mil marineros del mundo – ante los contagios constatados en más de una embarcación. Esta nueva perturbación al transporte marítimo amenaza con revertir la recuperación en curso.
El comercio de cuatro de cada cinco toneladas de mercancías depende del transporte marítimo para llegar a su destino final. Una proporción similar – cuatro de cada cinco vacunas contra el COVID-19 – fueron adquiridas sólo por diez países desarrollados.
Afortunadamente existen estadistas visionarios capaces de practicar la diplomacia sanitaria con medidas de impacto global. Los EEUU acaban de sumarse al consenso emergente para autorizar la producción de tratamientos y vacunas contra el COVID-19.
“Esta es una crisis sanitaria global y las circunstancias extraordinarias de la pandemia requieren medidas extraordinarias” dijo la Representante Comercial estadounidense, Katherine Tai, al anunciar la posición del Presidente Joe Biden.
Las empresas farmacéuticas involucradas, en vez de sentirse vulnerables de cara al futuro por este “precedente”, deberían recordar que no tendrían vacuna alguna de no haber sido por el generoso programa de fondos públicos aportados por los EEUU, la UE y el Reino Unido para desarrollarlas “a la velocidad de la luz” (warp speed).
Haber protegido los tratamientos y las vacunas premiará sin duda el talento de sus investigadores. Pero los gobiernos que los financiaron tienen el derecho – y la obligación – de asegurar que el resto del mundo también se recuperará “a la velocidad de la luz”.
El caso de la India ilustra por qué, a más de seis meses de anunciada la primera vacuna, urge atender la demanda insatisfecha del resto del mundo.
Conferir licencias y transferir conocimientos a cualquier laboratorio con capacidad de producir tratamientos y vacunas será imprescindible para lograr la inmunidad de todos. Por eso la propuesta apoyada por EEUU en la OMC permitirá el acceso a patentes, secretos comerciales, derechos de autor y diseños industriales.
Una vez la UE y el Reino Unido confirmen sus apoyos, existirán condiciones para que todos cuenten con una oferta mayor de tratamientos y vacunas que frenen el surgimiento de variantes del COVID-19 y su transmisión por barco o por avión, erradicando la pandemia, levantando las restricciones y dando por concluida esta crisis mundial sin precedentes. Hasta entonces, ninguno estará seguro.