Nosotros y los otros

Nosotros y los otros

Nosotros y los otros

David Álvarez Martín

La especie humana (el homo sapiens) existe hace menos de trescientos mil años. Aunque convivió con otras especies de homínidos durante gran parte de ese tiempo, las otras especies se extinguieron y hoy en todo el planeta únicamente hay una sola especie de humanos. Es por tanto un disparate hablar de “razas” entre los humanos actuales. La variedad fenotípica de los seres humanos responde a las múltiples adaptaciones a climas, alimentaciones y actividades físicas por centenares de generaciones, pero a nivel de genotipo somos una única especie.

Nosotros los humanos en cuanto parte del reino animal tenemos mecanismos defensivos, reproductivos y hasta de procura de los alimentos. Estos procesos son instintivos, pero en la medida que hemos desarrollado formas culturales en contextos sociales de grandes grupos, cuestión que ocurrió a partir del neolítico, hace unos diez milenios, creamos lo que llamamos cultura. La cultura ha modificado las respuestas de los humanos. Ningún hombre contemporáneo “huele” el proceso de ovulación de una mujer para enamorarse, y nuestras comidas las cocinamos en lugar de ingerirlas crudas.

El recurso instintivo de identificar como seguros al grupo familiar y como un riesgo los que no son parte de ese núcleo reducido es común en prácticamente todas las especies de mamíferos. Una vez superada la fase más primitiva de nuestra especie (que representa poco más del 95% de nuestra existencia), donde éramos pequeñas bandas nómadas formadas por no más de dos decenas de miembros vinculados familiarmente, se formaron grandes núcleos de seres humanos sin vínculos familiares que comenzaron a identificarse entre ellos por una lengua, una jefatura política, una actividad económica o creencias comunes.

La distinción entre quienes somos “nosotros” y quienes son “los otros” adoptó multiplicidad de formas, pero la estructura del Estado, como mecanismo de poder, impuso una unidad sobre grupos diversos, no siempre con éxito.

Un caso conocido por muchos debido a nuestra cultura religiosa es el relato en el libro del Éxodo de la Biblia de un grupo, entre muchos, sometidos al poder del Estado egipcio de la antigüedad, que unificado en torno a un conjunto de creencias religiosas pelea por liberarse de dicho control, huye de dicho territorio y busca un lugar donde establecerse. Por supuesto el relato está cargado de imágenes hiperbólicas que resultaron de la forma en que siglos después evocaron míticamente su articulación como pueblo.

Este mecanismo de relatar fantasiosamente los orígenes de un pueblo lo descubrimos en casi todos los libros escolares de historia de todo el mundo donde los “nuestros” ganan batallas increíbles y “los otros” son radicalmente malos y hasta brutos. Cuando digo esto evoco las películas de Hollywood sobre la Segunda Guerra Mundial que veían en mi niñez donde los soldados alemanes eran presentados como los más brutos del planeta o un Rambo que aniquilaba con un cuchillo a decenas de vietnamitas bien armados.  Es la estructura mítica de relatos fundacionales y héroes que representa un pueblo.

La modernidad a partir del siglo XV articula en el seno de los pueblos europeos occidentales la unidad de grandes poblaciones en torno a un monarca (España, Inglaterra y Francia como los casos ejemplares), por tanto el criterio de quienes eran “otros” consistía en que no eran súbditos del rey, o que tenían una religión o lengua diferente a la “nuestra”. Para un castellano los otros eran los catalanes y los vascos, los ingleses y franceses, los judíos, los musulmanes y por supuesto los “indios” encontrados en América.



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