Nosotros… los opinadores

Hoy todo puede convertirse en contenido y cada uno de nosotros es un opinador en guardia… siempre listo para lanzar la primera piedra, perdón, la primera opinión.
Lo que antes requería contexto, análisis y reflexión, hoy se disuelve en titulares que dictan sentencias y que viralizan vergüenzas. El algoritmo, ese nuevo demiurgo digital, premia la reacción inmediata y la réplica más irónica, aunque sea a costa de una tragedia personal.
El fenómeno reciente de ‘Coldplaygate’ no fue una excepción, es un síntoma. En cuestión de horas, esa escena se transformó en meme, en oportunidad de viralidad, en ‘trend’ publicitario’. Todos los actores del ecosistema digital -usuarios, marcas, medios- se subieron al tren. No por interés periodístico ni por intención crítica… fue rentable en términos de atención.
Somos consumidores compulsivos de escándalos y generadores automáticos de opiniones. ¿Leíste la nota completa o sólo el titular? ¿Viste el video o la reacción con más “likes”? ¿Lo compartiste sin tener vela en el entierro? La mayoría no necesita contexto para entrar al juego: basta un tuit, imagen o palabra clave.
Que ligeros somos para emitir juicios… los medios lo saben porque, en su carrera por sobrevivir en la economía de la atención, a veces eligen el titular que escandaliza, el ángulo que provoca o la pregunta que genere una reacción.
Los periodistas, comunicadores y creadores de contenido tenemos una responsabilidad que no puede ignorarse: hacer pausas. Preguntarnos no sólo qué va a generar más clics, sino ¿qué aporta?, ¿ qué construye?, ¿qué deja? Porque lo que está en juego no es sólo la reputación de una persona, por citar el ejemplo de ‘Coldplaygate’, es nuestra capacidad colectiva de profundidad, de humanidad y de pensar antes de compartir.
Hoy, el entretenimiento se ha fusionado con la humillación pública… lo más preocupante es que lo consumimos con entusiasmo.
¿Qué pasa en nuestro interior?
Las preguntas que urge responder es: ¿qué nos mueve a querer ver más de lo mismo?, o ¿qué vacío estamos intentando llenar cuando nos reímos de la caída ajena, cuando viralizamos sin filtro, cuando buscamos en lo efímero algo que nos distraiga de lo profundo? No se trata de cancelar el humor ni de eliminar las redes sociales. Se trata de recuperar el juicio.
De volver a la reflexión y resistir la tentación de ser parte de la bola de nieve al jugar con la privacidad de alguien más y su círculo, sin importar si está haciendo o no lo correcto. Tal vez no sea por infidelidad, pero puede tocarte -en algún momento- ser el blanco en lugar del dardo.
Si seguimos alimentando este ciclo sin pausa, terminaremos siendo una sociedad que, al mirar hacia atrás, no verá historias que valgan la pena, sino un archivo interminable de momentos virales construidos sobre las ruinas emocionales de otros. Y, para entonces, quizás ya nadie esté escuchando… sólo esté reaccionando.