Nosotros

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Nosotros

Mamá salió de madrugada, rumbo al hospital. Iba con mi hermano más pequeño en brazos, tiritando y con lloros por una fiebre alta.

En la tarde, cuando entró a la casa, solo veo en sus manos la manta que llevó para cubrir al niño del frío y la intemperie. Yo veo que estaba muy triste. En su rostro apenas había residuos de lágrimas sobre lágrimas, secadas por el viento.

Mi hermana ya no va a la escuela. Se queda en la casa escuchando una música tonta, o desvistiendo muñecas rotas. No tiene la motivación de antes para agarrar la mochila de libros, ya que la directora del centro suspendió, y sin aviso previo, las raciones de un pobre almuerzo frío, que solo servía para alimentar sus desnutridas ilusiones.

Tengo una tía entrada en años que vive en la calle. Resiste como una mártir apócrifa los embates del sol y duerme a la intemperie, en cualquier rincón de la ciudad, cuando cae la noche. La rescatábamos y acogíamos de tanto en tanto en la casa, pero ante cualquier descuido, tomaba su bastón y se escapaba de nuevo.

Un día nos cansamos de los arreos y escapadas constantes y la dejamos a su aire, que probara destino en cualquier calle o callejones de la ciudad. En días de suerte las monedas de la caridad caían pródigas a sus pies. No necesitaba nada. Quizá un peine para domar su cabellera plateada, rebelde y hedionda.

Un día gris sentí un ventarrón en la sala, por el rincón donde duerme el abuelo. Con los años se convirtió en una hormiga inmóvil y solo se alimentaba con un grano de azúcar.

En la mañana hice una ronda minuciosa por la casa y no lo encontré. Una cosa extraña. Estaba muy intrigado. Eché una voz llamándolo y el abuelo no respondió. Así que se me ocurre buscarlo en los gabinetes de cocina, sin uso, en el fondo de las ollas vacías. No estaba. En un frasco de tomate, que en otro tiempo servía de azucarera, busqué. En los mugrosos tarros de tierra negra, también; y, finalmente, sin éxito, busqué dentro del closet de la ropa blanca.

Papá no tiene trabajo desde hace un año; lo echaron a la calle sin prestaciones, con el último recorte de personal que hicieron en la empresa. Los días duros del desamparo nos cayeron como diluvio. Hay noches que él no duerme y lo sorprendo dando vueltas como una aparición en el patio de la casa, sin oficio y sin explicación. A veces, aullando, con un aire de dolor parecido a un lobo herido de muerte. Mago no es, pero todos sabemos cómo se las ingenia para llegar a la casa justo a la hora del almuerzo, cargado de alimentos.

El almuerzo, con todo lo que trae, resulta suficiente y muy variado. A veces tenemos para comer porciones frías de arroz blanco, pedazos duros y secos de pizza, trozos considerables de filete mignon bien hecho, enlatados diversos con fechas vencidas. Trae maíz dulce, petit pois, garbanzos y champiñones, sobre todo; fundas a medias de pan integral rebanado, plagado de hongos, latas de atún, con óxido y abolladas; empaques de jamón serrano bajo advertencias de consumo, frutas podridas con trozos sanos, y guarniciones incompletas de carne fría, que aguantan. Alucino cuando papá consigue cortes de bizcochos, un trocito de pie de manzana y otras menudas e irresistibles delicias.

En eso si son generosos, esplendidos y de buen corazón, los ricos. Tiran a diario comida buena y abundante en los contenedores de basura. Tienen mansiones fastuosas, con jardines verdes, floridos, señoriales; y fascinantes piscinas. ¿Quién no se queda sin aliento cuando se abre la marquesina y deja a la vista, rugiendo, los siete autos de alta gama? Viven una vida excitante todos los días. Viven como príncipes.

Mamá no salió de su rincón; se le hizo un nudo en la garganta, consumida por el dolor y la pena. Toda la tarde se quedó allí, sola, con la mirada perdida, agarrándose las lágrimas y suspirando para adentro. No tenía ganas de comer.



Rafael García Romero

Rafael García Romero. Novelista, ensayista, periodista. Tiene 18 libros publicados y es un escritor cuya trayectoria está marcada por una audaz singularidad narrativa, reconocido como uno de los pilares esenciales de la literatura dominicana contemporánea. Premio Nacional de Cuento Julio Vega Batlle, 2016.