No son individuos, presidente

No son individuos, presidente

No son individuos, presidente

Matías Bosch Carcuro.

Ha dicho el presidente Danilo Medina, en su discurso del 27 de febrero, que la corrupción no es un problema estructural del Estado dominicano y que su condición es subjetiva.

Según afirmó, la corrupción:

“…no se origina en la naturaleza del Estado, sino en la ausencia de principios y valores del individuo. Es un mal que nace, crece y se reproduce en la persona (…) sobre todo, repito, por la falta de principios.

Pero lo cierto es que el problema aquí no es solo la corrupción, el problema es la impunidad. Porque la ineficacia de los sistemas de consecuencias impulsa y favorece esos comportamientos”.

La realidad histórica, sin embargo, dice lo contrario.

Los valores son un fenómeno psíquico, pero son social e históricamente construidos; son ideas-fuerza que orientan la conducta humana, pero dentro de la sociedad que los contiene. ¿Cómo ha funcionado ésta en el tiempo?

El Estado moderno dominicano, constituido por Trujillo, se forjó mediante el modelo del país-empresa. El Estado era el conglomerado que, gracias al monopolio de una fuerza exorbitante, rendía fortunas y frutos pecuniarios al tirano, su familia y su corte. El jefe político y militar del país era también su dueño.

El Estado siguió siendo un emporio en la fallida transición a la democracia, con los gobiernos de Joaquín Balaguer y los que le continuaron.

La corrupción, desde el pensamiento de Juan Bosch -citado como maestro en los discursos del 27 de febrero- ha sido un modo de acumulación de capital, al cual ha servido el poder del Estado sistemáticamente, como fuente de ganancias o como medio para lograrlas.

Tan es así que afirma Bosch,

“en la República Dominicana, como en cualquier otro país de capitalismo tardío, la corrupción administrativa, en sus variedades de robo abierto o encubierto, tráfico de influencias y soborno, es una forma de acumulación originaria (…) En el gobierno de Balaguer se formaron cientos de millonarios, la mayor parte de ellos a través de negocios con el Estado, unas veces construyendo obras que el Estado pagaba en más de lo que valían y otras veces apoderándose, desde un cargo público —en direcciones o administraciones de empresas del Estado—, de tierras, dineros o bienes. A diferencia de lo que hizo Trujillo, el Dr. Balaguer no usó los mecanismos de acumulación originaria en provecho suyo, pero no hizo nada para impedir que lo hicieran funcionarios, amigos y favorecidos de su gobierno”.

¿Son casos individuales o de “valores” aquellos 300 millonarios, el saqueo del CEA y CORDE, los contratos ilegales con fuerza de trabajo cuasi-esclava haitiana, la catástrofe de hospitales y de escuelas, el caso Baninter, los Súper Tucanos, la Sund Land, los grado-a-grado y las sobrevaluaciones, las compras de votos, el financiamiento ilegítimo a las campañas electorales, la venta de sentencias judiciales, los generales millonarios, el caso de las obras de Odrebrecht-Estrella, el rockash lanzado en territorio nacional, el contrato con la Barrick, el caso OISOE, el déficit fiscal de 2012? ¿Cómo no pensar en corrupción cuando se descubre que entre 2001 y 2017 se ha legislado y administrado un sistema de seguridad social que en realidad es una maquinaria de dinero para los grandes bancos a costa de los trabajadores dominicanos, y que la propia clase política lo elude con leyes especiales?

Como se ha dicho hace poco en España: ¿cuántos casos aislados hacen falta para que la corrupción no sea vista como un fenómeno aislado ni meramente individual?

Sí, la corrupción y el abuso están en el ADN del Estado dominicano bajo Trujillo y del que volvió a nacer fruto del golpe de 1963 y la invasión de 1965, remendado una y mil veces en la trunca transición a la democracia. Toda una clase política y empresarial es hija y administradora de esa corrupción gigantesca.

Finalmente, la impunidad no es sólo una falla del “sistema de consecuencias”. Es algo peor. Desde los caudillos del siglo XIX, es la moneda de cambio con la que se obtiene lealtad. Una lealtad que se compra, se vende y se mantiene garantizando una vida tranquila y libre de culpas, pase lo que pase.

¿Un ejemplo? Pregunten por la vida que llevan los dos ministros de Salud bajo cuyo mando murieron miles de niños en el Robert Reid entre 2006 y 2012.