Viendo el acontecer cotidiano en torno a la inseguridad y el terrorismo y escuchando un mismo gemido acerca de ¿qué es lo que está pasando? Solo puedo decir que estamos cosechando lo que se ha sembrado y ahora nos llenamos de víctimas inocentes de ambos lados de este flagelo llamado terrorismo.
Entonces llega a mi mente una prédica que escuché de un pastor donde se refería al reaccionar de Jesús ante la higuera, cuando decretó sobre la misma que se secara.
Leamos el versículo en mateo 21:18: «Por la mañana, cuando volvía a la ciudad, Jesús sintió hambre. Vio una higuera junto al camino y se acercó a ella, pero no encontró más que hojas. Entonces le dijo a la higuera: «¡Nunca más vuelvas a dar fruto!» Y al instante la higuera se secó.
El Pastor se refería al que el motivo de la molestia del Maestro con la higuera, no era que hambriento no encontrara fruto, lo que le molestó era que la higuera tenía apariencia de tener frutos y no tenía, por lo que se sintió frustrado y engañado.
Hoy sucede algo similar con las familias, que son el núcleo de la sociedad. El problema de las familias es que aparentamos que estamos dando buenos frutos y que todo marcha de maravilla y es solo apariencia, no estamos llevando valores a nuestras casas, y lo más triste es que vamos creciendo sin ellos, siendo esto un ente multiplicador, por lo que hoy vemos los resultados.
Y es que de repente los hijos hacen atrocidades que los padres ni se imaginan que pudieran ser capaces de hacer, y al enterarse de las mismas ellos sienten como si no estuvieran hablando de sus hijos, con los que ellos conviven.
Dios nos ha llamado en sembrar sus preceptos, que en todo nos ayuda a vivir en respeto y amar a nuestros semejantes. Son muchos los casos de líderes que su vida es predicar y evangelizar pero no dedican tiempo para hacerlo a lo interno de sus familias, ni para monitorearlos y saber que piensan, cuáles son sus anhelos y en fin no los conocen.
Lo de aparentar pasa a todos los niveles, entre cristianos y personas de otras creencias. A diario vemos cuántas familias hacia fuera son un modelo de virtudes y de felicidad y a lo interno sucede todo lo contrario. El mundo de hoy quiere vivir de apariencias y esto, junto a la parte negativa del mundo virtual que nos aleja aún más del entorno de nuestros hijos, está creando un caos existencial.
El Señor requiere de nosotros que demos verdaderos frutos y los transmitamos a nuestros hijos, pues a Dios no podemos engañar, y estos son: paz, paciencia, benignidad, mansedumbre y sobre todo amor… por la falta de esto último está agonizando la tierra, pues se está muriendo el amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos.
Todos pecamos, pero si somos íntegros con nosotros mismos y con Dios, cada día buscaremos su rostro y practicaremos la obediencia y el amor, con ansias de vivir con transparencias, sin apariencias y accionaremos en pro de lograrlo. Es necesario que sean nuestras súplicas ante el Padre el que nos revele nuestros errores ocultos.
No seamos como la higuera, a Dios no podemos engañar pues solo traeremos sobre nosotros tristezas y dolor, demos verdaderos frutos y la sociedad y las futuras generaciones nos lo agradecerán.