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"No pude entrar jamás a mi casa": hoy se cumplen 22 años del terremoto de Puerto Plata

Massiel Reyes, para entonces una niña de nueve años, cuenta su testimonio.

Terremoto de Puerto Plata. ilustración de IA
📷 Ilustración sobre el terremoto del año 2003 que impactó la costa norte de República Dominicana.

Santo Domingo.- Hoy, hace ya 22 años, durante la madrugada del 22 de septiembre de 2003, un terremoto de magnitud 6.4 sacudió la costa norte de la República Dominicana.

Lo que comenzó como un ruido ensordecedor se convirtió en una noche de pánico, pérdida y cambios irreversibles para familias enteras.

Por coincidencias malditas, la fecha del terremoto fue la misma en la que el Huracán George tan solo cinco años antes había destruido Santo Domingo lo que combinado, llevó al gobierno a declararlo como Día Nacional de Prevención de Desastres y Atención a las Emergencias en el 2003.

A continuación recuperamos el testimonio de quien vivió el temblor desde el corazón de Puerto Plata: Massiel Reyes Lecont, para entonces una niña de nueve años.

“Escuché camiones, leones… y la casa quedó bloqueada

Massiel reconstruye la madrugada del terremoto con detalles que siguen marcando su memoria: “Eran las 12:25 de la madrugada aproximadamente… yo solamente escuchaba un ruido ensordecedor, como camiones subiendo una loma o leones rugiendo”.

La familia fue despertada de golpe. El movimiento hizo caer muebles y bloquear la puerta: “El estante fue a bloquear la puerta; debajo del estante estaban las llaves y gracias a Dios pudieron sacarlas”.

La escena que recuerda no es solo la del movimiento: es la del desconcierto posterior, de vecinos que corren a las calles, de radios encendidas con noticias a medias, y el miedo a réplicas.

“Unos 15 minutos después… escucho el rugir una vez más y un poco más fuerte… la tierra se abrió delante de mí”, dice Massiel, y al relatarlo vuelve el pánico contenido: gritos, gente corriendo, casas que se movían “como papel”.

Los daños del terremoto de Puerto Plata

El sismo provocó daños estructurales importantes en escuelas y equipamientos públicos.

Massiel recuerda el impacto sobre centros educativos: el Liceo José Dubó, la Escuela Virginia Elena Ortea y la llamada “La Reforma” —un edificio de tres pisos que sufrió el hundimiento de un nivel— fueron algunos de los planteles afectados.

“Si eso hubiera ocurrido el día de clase, la tragedia habría sido mayor”, reflexiona.

También resultaron dañados el hospital Ricardo Limardo y múltiples viviendas: más de cuarenta casas presentaron daños, colapsaron o otras quedaron con graves afectaciones.

En barrios como Los Bordas, a la falda de la loma Isabel de Torres, la escena fue de emergencia total: familias durmiendo en la calle, refugios improvisados y el traslado urgente de vecinos hacia zonas más seguras.

Tanto así, que algunas familias llegaron a alternarse entre dormir en la calle y en algunas de las viviendas de las zonas bajas.

Noche en vela y la huella psicológica

Tras la primera noche, Massiel y su familia pasaron días y meses en tensión.

Relata que la comunidad fue acogida por vecinos —“la casa del señor Guzmán”— y que muchos durmieron a la intemperie o en casas de familiares.

Ella misma vivió un proceso de ajuste traumático: “Duré meses durmiendo en el suelo… me despertaba gritando”.

El sismo dejó además pérdidas humanas: al menos tres fallecidos fueron atribuibles a ese evento —uno en Puerto Plata y otros en San Francisco— y decenas de heridos.

Más allá de los datos, el relato de Massiel pone en primer plano la vivencia íntima: el miedo que persiste hasta hoy frente a ciertos sonidos, la reacción automática de preparar una mochila, la imposibilidad de volver a entrar a la casa materna en Puerto Plata (nunca más ingresó confiesa. La familia se mudó poco después a Santo Domingo).

Todo esto por supuesto, viviendo en la misma isla cargada de fallas geológicas y de uniones constantes de placa oceánica y continental y que, por causas "divinas" como dice Massiel, no ha sido impactada con un sismo de interés en mucho tiempo.

Hoy, a 23 años, su testimonio es una llamada: a la memoria de quienes perdieron, a la revisión constante de la resiliencia de nuestras escuelas y hospitales, y a la urgencia de mantener la prevención como política pública de prioridad.

“Lo superé —dice Massiel— pero hay cosas que no se logran olvidar. Hay sonidos que me ponen en alerta”.

Esa alerta, y la resignificación colectiva de la fecha, es la herencia que dejó aquella madrugada: no solo recordar, sino preparar y proteger a las próximas generaciones

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Anyelo Mercedes

Es periodista y locutor. Cubre Congreso, Partidos Políticos y JCE.

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