No mirar hacia atrás

No mirar hacia atrás

No mirar hacia atrás

Roberto Marcallé Abreu

Managua, Nicaragua. Usualmente, abandono la cama muy temprano. El silencio de la madrugada es el ámbito perfecto para meditar, para reencontrarnos con nosotros mismos y el mundo y las personas que nos rodean.

Me acuesto tarde, porque la lectura es una pasión que me acompaña desde niño.

Amanezco con la grata compañía de varios libros muy cerca. ¿Será porque su proximidad me crea la sensación de estar protegido?

Miro el horizonte a través de las ventanas panorámicas y es que el cielo de Nicaragua es de una belleza tan intensa que te conmueve el alma.

Despierta tus ánimos, estimula tus capacidades intelectuales y es seguro que la presencia invisible de lo divino influya para transformarte en un mejor ser humano.

No siempre se trata de momentos de paz. Como imágenes que se suceden, uno reflexiona en la situación del país en que viste la luz por primera vez, así como en la realidad sobrecogedora que agobia la humanidad.

Reviso detenidamente las informaciones que provienen de República Dominicana y arribo a la conclusión, una vez más, de que nuestro pueblo ofreció una lección trascendente al escoger un nuevo liderazgo para guiar sus destinos.

Hay un sinnúmero de dificultades, ciertamente. Pero no son realidades producto exclusivamente de las circunstancias presentes, sino que desde el 1961 hasta el 2021, con sus lógicas excepciones, las peores manifestaciones del ejercicio oficial y de deleznables prácticas públicas se enseñorearon sobre el país y nos empobrecieron, degradaron y dañaron de una forma de la que apenas empezamos a recuperarnos.

Esta vez, cuando ya empiezan a sonar las trompetas de nuevos comicios, es preciso mantener la conciencia muy viva, y darle la opción al recuerdo.

De haber seguido aquellos rumbos, el país sería un ámbito de desastre y caos absolutos. Definitivamente irrecuperable.

Es preciso no olvidar los niveles de bajeza e impunidad a los que descendimos. El crimen, la delincuencia, el tráfico de drogas, la prostitución de todas las edades y sexos, el robo descarado que carecía de precedentes, degradación del ejercicio judicial. Imposible olvidar el saqueo millonario, el vulgar e incontrolable enriquecimiento con los recursos de todos.

Quienes hoy tienen el descaro de levantar banderas y opciones definitivamente desacreditadas lo hacen, exclusivamente, por los niveles de complicidad en los que se vieron involucrados y su recóndito deseo de volver a ese estado de cosas irrepetible.

Hemos aprendido a diferenciar la verdad de la propaganda, la mentira descarada de los hechos, la descomposición que reposa tras “las palabras bonitas” tras las cuales subyacen perversiones e intenciones innombrables.

Mirar el pasado es tropezar con el horror, el desencanto, una juventud podrida, e irresponsable entregada a los peores vicios, el robo descarado e inaudito, la ostentación escandalosa, contratos de una perversidad ilimitada en perjuicio de la gente, del pueblo, de la República.

Ese pasado de degradación no es opción para una nación y un pueblo que hacen esfuerzos heroicos por liberarse de tanta maldad acumulada.

Miremos hacia adelante, hacia el amanecer y sus luces multicolores de gran belleza. El pasado debe quedar atrás, juzgado, condenado y enterrado y sin posibilidad alguna de retornar por sus fueros que destilan sangre y lodo por todos los poros de su piel.