Anteayer sábado fue uno de los días más felices que recuerdo. Yo había leído algo y escuchado mucho acerca de los adelantos que se venían produciendo en materia penitenciaria en nuestro país, pero no lo suficiente como para borrar la imagen de los famosos 30 infiernos que constituían las cárceles dominicanas. En ese sentido, he participado en talleres y seminarios sobre la misma cuestión, al final de los cuales me interesaba más en el tema y a la vez me preocupaba más por el mismo.
Cuando el Procurador General de la República me invitó a acompañarle en un recorrido que haría por algunos de los modernos centros de rehabilitación que están sustituyendo a las cárceles que conocemos, mi primer impulso fue declinar la invitación. Esto es demagogia política, me dije.
Pero después pensé que por educación no debía decirle que no a mi compueblano el procurador, doctor Radhamés Jiménez, por aquello de que los veganos somos buenos todos.
¡Qué equivocado estaba! ¡Cuánta satisfacción me ha dado ese viaje, en el cual pude ver con mis propios ojos el fenómeno que se está produciendo, por lo menos, en los centros que visitamos y lo que prometen ser los que están en construcción!
La experiencia que he vivido no la puedo transmitir a mis lectores, pues me faltan palabras para hacerlo. Hasta ahora hay diez centros de rehabilitación funcionando, y el propósito es reemplazar a todas las cárceles viejas que faltan. Sueño con que ese propósito pueda ser alcanzado, y aspiro a que no me quiten esa ilusión.