- Publicidad -

- Publicidad -

No me alíneo, soy justo

Victor Feliz
📷 Victor Feliz

Siempre he sido crítico con muchas de las decisiones que toma la Alcaldía del Distrito Nacional. Punto.
Y lo digo sin ambigüedades porque me corresponde, como ciudadano y como alguien que ha dedicado buena parte de su vida a pensar la ciudad. Señalar lo que no funciona no es una forma de ataque, es parte del ejercicio democrático.

A veces, sin embargo, también me cuesta, lo admito, reconocer lo que se hace bien. No porque no lo vea, sino porque hemos construido un clima envenenado donde cualquier palabra positiva hacia una gestión pública inmediatamente es sospechosa.

Vivimos una época donde la maledicencia ha sustituido al debate lógico. Aquí no se permite el matiz: o estás con alguien o estás vendido. No hay espacio para reconocer avances sin que se te encasille, se te acuse o se te reste credibilidad. Como si aplaudir una buena acción pública fuera un acto de traición política. Nos cuesta aceptar que una administración puede equivocarse en muchas cosas, pero también acertar en otras. Y esa visión binaria nos hace daño.

Dicho eso, quiero hacer justo lo que muchos evitarían: reconocer una de las decisiones más acertadas que ha tomado la Alcaldía del Distrito Nacional en los últimos años. Y es su apuesta, modesta pero constante, por la construcción, reconstrucción, remodelación y adecuación de áreas verdes y parques infantiles.

Esto ha tenido un impacto sumamente positivo, especialmente en comunidades donde el modelo de ciudad vertical ha reducido drásticamente las posibilidades de socialización, juego y esparcimiento para los niños. Esos espacios públicos, a veces pequeños, a veces sencillos, pero bien pensados, han devuelto a muchos sectores un aire de vida que parecía perdido. Donde antes había un terreno baldío, una esquina olvidada o una verja oxidada, ahora hay columpios, árboles, bancos y risas.

La verticalidad urbana ha crecido de forma descontrolada, y con ella hemos perdido el alma del barrio: la acera compartida, el parque improvisado, el saludo del vecino. Los niños, encerrados en apartamentos, aislados unos de otros, sin patio, sin calle y muchas veces sin hermanos con quienes jugar, terminan frente a una pantalla, solos, consumiendo contenido ajeno y perdiendo la capacidad de construir relaciones reales. Y ahí es donde estos espacios públicos adquieren un valor incalculable.

No se trata sólo de jugar. Se trata de crecer con otros. De aprender a compartir, a esperar turnos, a resolver conflictos, a correr, caer, ensuciarse, levantarse. Se trata de ciudadanía. Y todo eso ocurre en un parque. No en un aula, ni en un celular, ni en un condominio cerrado.

Claro que falta mucho. Claro que hay sectores donde todavía no ha llegado una sola intervención. Y claro que también hay parques construidos que al poco tiempo se abandonan o se vandalizan. Pero aún con todas esas limitaciones, esa línea de acción merece ser reconocida.

Los parques no son ornamentos. Son infraestructura emocional. Son el escenario donde muchos niños guardarán sus primeros recuerdos de libertad. Y cuando una gestión municipal invierte en eso, está invirtiendo en lo más valioso que puede tener una ciudad: su gente.

Reconocer esto no me hace menos crítico. No me silencia ni me alinea. Me hace justo. Porque así como señalo la falta de planificación, también tengo el deber de destacar cuando algo se hace bien. Porque lo contrario, callar lo bueno por miedo a que me malinterpreten, sería una forma distinta, pero igual de grave, de renunciar a la verdad.

Entonces, sí. Soy crítico. Lo seguiré siendo. Pero también estoy dispuesto a reconocer cuando se toma una decisión que mejora la vida, sobre todo la de aquellos que no tienen lobby ni voz en los medios.
Y eso, aunque a muchos les cueste entenderlo, también es hacer ciudad.

Etiquetas

Artículos Relacionados