No hay justicia en este mundo

No hay justicia en este mundo

No hay justicia en este mundo

David Álvarez Martín

Aristocles de Atenas (427-347 a.n.e.), conocido como Platón, es el primer filósofo en la tradición occidental de quien tenemos un conjunto de obras que nos permite estudiar a profundidad su filosofía. Su influencia es tan poderosa en el pensamiento, la ciencia, el cristianismo y la cultura occidental en general, que un filósofo del siglo XX, Alfred North Whitehead (1861-1947) llegó a señalar que “Toda la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página de la filosofía platónica”. ¿Exagerado? Un poco. A mi modesto criterio ese pedestal lo comparten Platón y Aristóteles (384-322 a.n.e.), ya que prácticamente todo argumento presente puede ser afiliado a uno de los dos, pero no dejo de reconocer que Aristóteles es discípulo de Platón, por lo que la afirmación de Whitehead no pierde valor.

La obra cumbre de Platón se llama “La República” y consta de diez capítulos, elaborados en diversos momentos y para diferentes fines, pero que sus discípulos y 22 siglos de copistas lo fundieron en un solo libro. El esfuerzo de “La República” es construir una sociedad justa y para ello nuestro autor brinda numerosos criterios organizativos, fundamentados en su ontología, su epistemología y su antropología. Justo cuando al final del capítulo 9, el penúltimo, parece que cierra perfectamente su modelo político de sociedad, plantea Platón -que tonto no era-, dirigiéndose a los que quieran ser justos, lo siguiente: “…hablas del Estado cuya fundación acabamos de describir, y que se halla sólo en las palabras, ya que no creo que exista en ningún lugar de la tierra (…) pero tal vez resida en el cielo un paradigma para quien quiera verlo y, tras verlo, fundar un Estado en su interior. En nada hace diferencia si dicho Estado existe o va a existir en algún lado, pues él (el justo) actuará sólo en esa política, y en ninguna otra”.

Platón reconoce que el orden social existente, en su tiempo y ahora, es tan injusto, que difícilmente pueda construirse una sociedad justa, fuera a la manera que la describe en “La República”, o de otras maneras, como el Reino de Dios predicado por Jesús o el comunismo ideado por Karl Marx. En el capítulo 10, el pensador ateniense inventa un cuento acerca de un soldado llamado Er, que supuestamente había muerto en batalla, pero que revivió y describe que en la realidad postmorten los justos son premiados y los injustos son castigados. Ante el hecho evidente de que el injusto puede morir impunemente disfrutando de los beneficios de sus fechorías y el justo fallecer con dolor y sufrimiento, Platón coloca más allá de la muerte un juicio del que nadie podría escapar. Si lograra convencer a los vivos de que eso es cierto, quizás le harían caso a su propuesta de construir una sociedad justa. Es una fórmula ética fundamentada en un juicio posterior a la muerte. Pero él no fue el primero, ni el último en proponerla.

Miles de años antes que Platón, en el “Libro de los Muertos” de Egipto, aparece una fórmula de confesión ética que el muerto debía recitar si deseaba alcanzar la resurrección. “Satisfice al dios cumpliendo lo que deseaba. Di pan al hambriento, agua al sediento, vestido al que estaba desnudo y una barca al náufrago”. Más cercano al Platón, en el Medio Oriente, Isaias lo formula de otra manera: “El ayuno que Yo quiero es este: (…) dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne.”.

Posterior a Platón el evangelista Mateo lo pone en boca de Jesús: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”.

En la próxima Bitácora ahondaremos en el tema.



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