En medio de tantos problemas grandes a los que tiene que enfrentarse este país en los actuales momentos, no faltan quienes desperdicien su tiempo y su energía discutiendo cosas tan banales como la pertinencia o no de que el Estado patrocine, como en años anteriores, fiestas populares en la época navideña.
Y, sin darme cuenta, he aquí que yo también acabo de meterme en la arena movediza de la mentada discusión.
Pues no. No estoy de acuerdo en que el Gobierno destine ni un solo centavo a solventar fiestas navideñas ni de ningún otro carácter, mientras, por otra parte, busca desesperadamente dinero para hacerle frente al déficit multimillonario que nos agobia. Eso sería tan indigno e irresponsable como celebrar un baile en la sala mientras el abuelo agoniza en una habitación contigua.
Cada fiesta navideña de esas que en el pasado ha financiado el Estado dizque para la diversión popular, cuesta cientos de miles, por no decir millones de pesos, con los cuales se podrían aliviar no pocos problemas de gente realmente necesitada.
Que me perdonen los músicos y artistas que hacen zafra y picotean de lo lindo en la temporada navideña, pero este año la cosa es diferente. Pensemos en los que menos tienen y busquemos un mejor uso de esos dineros, que no sean la francachela, el fandango y la bebentina.