La niña muerta en una excursión en un colegio de Santiago nos vuelve a alertar de la desprotección infantil en este país.
Cada día nos asombra una noticia de algún niño o niña víctima de descuido por parte de adultos responsables o hasta de instituciones llamadas a protegerlos.
Parece que la muerte de niños y niñas por descuido y abusos contra ellos está ganando terreno a los feminicidios y a otras lacras sociales. No se dice mucho de estos hechos. No hay manifestaciones, no hay consternación suficiente.
¿Será que los niños y las niñas se están quedando huérfanos de dolientes?
Los mismos niños, niñas y adolescentes en diferentes espacios de evaluación sobre su situación física, psicológica y mental expresan sentirse solos, descuidados, vulnerables y hasta viviendo con padres, madres o adultos que los ponen en riesgos.
Hace más de dos década, la Convención sobre los Derechos del Niño creó en el país el paradigma de la protección de los derechos de los niños y las niñas. Treinta años después nos preguntamos, ¿dónde están esos derechos? ¿Dónde están los derechos de los niños y niñas víctimas de explotación sexual comercial? ¿Dónde están los derechos de los niños y niñas abandonados de forma física y moral que los expone a todo tipo de peligros?
¿Dónde están los derechos de esos ángeles perdidos que buscan el cariño de unos padres irresponsables que los engendraron y luego los negaron?
Los adultos somos entes morales y personas de bien porque alguien fue responsable de nosotros. Nos cuidó, nos educó y nos amó con el amor incondicional de padre y madre.
Proteger a los niños y niñas no es una moda. Es una obligación moral y jurídica de las familias, del Estado y de la sociedad. Si perdemos el tesoro que atesora la infancia lo perdemos todo.
¿Qué país tendremos si su principal riqueza se está forjando con niños y niñas que se convertirán en personas heridas, maltratadas y frustradas porque no tuvieron el afecto y la seguridad que hace ver el mundo como potencialidad y esperanza y no como una amenaza?