Leí por por ahí que “ser perfectamente imperfectos es amar nuestros límites y aprender a convivir con ellos” y es precisamente eso lo que caracteriza a las madres, a propósito de celebrarse ayer el día que rinde tributo a las mujeres que han tenido la dicha de dar vida a otro ser.
Muchas llegamos a este estado sin tener el más mínimo entrenamiento ni guía, ni mucho menos práctica, y debemos aprender a convivir con nuestra fragilidad, limitaciones e imperfecciones para cuidar y guiar a los hijos.
He de reconocer que no todas estamos preparadas para asumir este reto y muchas han reprobado esta materia en su vida. Muchos son los hijos que están creciendo sin guía, sin esa mano amiga y sin recibir ese calor y apoyo que les corresponde desde el nacimiento.
La moderna paternidad es un modelo que integra a hombres y mujeres, donde la labor de crianza es compartida en igualdad de condiciones y las decisiones responden al consenso de ambos.
Pero para que este esquema se dé, las mujeres tenemos la carga inicial, pues somos responsables de elegir pareja, escogiendo hombres comprometidos y responsables.
Para ser buenas madres tenemos que saber elegir buenos padres. Ser racionales ante un sentimiento irracional es la tarea más difícil de todas, pero que nos ayudará a crear núcleos familiares más fuertes y saludables.
Para ser madres 100 %, no tenemos que sacrificarnos ni renunciar a los sueños ni deseos. Ser madre no significa darles todo a los hijos. Somos madres cuando les enseñamos a luchar y trabajar por lo que sueñan.
Lo somos cuando estamos ahí, listas a escuchar cuando ellos se equivoquen, pero sobre todo, cuando nuestras imperfecciones no limitan nuestra capacidad de amar y dar amor.