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Nepal: la revuelta digital que derribó a un gobierno

El desierto del Sahara está más cerca de mis labios que tus besos
Y el mercado de Estambul

Las mezquitas de la India están más cerca de mis dedos que tu cuerpo

Y la noche en Katmandú. Pedro Guerra.

En Katmandú, capital de Nepal, ocurrió lo que muchos analistas internacionales describen como un “terremoto político” gestado en las redes sociales. El 6 de septiembre, el gobierno del primer ministro K. P. Sharma Oli, del Partido Comunista de Nepal, anunció la prohibición de 26 plataformas digitales, entre ellas Facebook, X, YouTube, Instagram, WhatsApp y LinkedIn.

La medida fue presentada como un esfuerzo para frenar la desinformación y “poner orden en el espacio virtual”. La reacción fue inmediata: la generación más joven salió a las calles.

Paradójicamente, en República dominicana, pocos medios se han referido a este revelador acontecimiento político social. Quizás no les ha parecido relevante por tratarse de un “paisito perdido” en el himalaya, casi aplastado por las monstruosas geografías de la India y China. Pero, y si desde América Latina y occidente nos vemos en su espejo.

Katmandú, capital de Nepal, es un valle enclavado a más de 1,400 metros de altura en la cordillera del Himalaya. Con una población cercana a los 1,5 millones de habitantes, rodeada de templos budistas e hinduistas de gran valor histórico. Es el corazón político, cultural y económico del país, y punto de partida para los viajeros que buscan llegar al Everest y otras montañas del área.

Las agencias de noticias traen que, miles de jóvenes, principalmente estudiantes y trabajadores urbanos, se movilizaron en Katmandú y otras ciudades bajo el lema: “Stop corruption, not social media” (detengan la corrupción, no las redes sociales). El resultado fue un levantamiento que ha dejado al menos 19 muertos y cientos de heridos tras la represión militar y policial. Días después, Oli presentó su renuncia.

Lo ocurrido en Nepal confirma lo que ya es evidente: las redes sociales no son solo simples plataformas de entretenimiento. Para las nuevas generaciones, también son su principal espacio de comunicación, organización y participación política.

Un informe de Al Jazeera del 8 de septiembre pasado, señala que la Generación Z representa más del 40% de la población nepalesa, y que el 80% de sus jóvenes urbanos están conectados diariamente a estas plataformas. Para ellos, prohibir las redes sociales no solo significó restringir un canal de comunicación, sino cercenar un derecho fundamental a existir en el mundo contemporáneo.

En palabras del sociólogo nepalí Dipendra Gautam: “Quitarle las redes sociales a un joven en Nepal es como quitarle el derecho a hablar en la plaza pública en el siglo XIX”.

Este levantamiento no puede entenderse sin considerar el poder organizativo de las redes. A pesar del bloqueo, los jóvenes recurrieron a redes privadas (VPNs), mensajes encriptados y foros digitales internacionales para coordinar protestas masivas. Lo que el gobierno pretendió controlar, terminó multiplicando la indignación.

Como señaló The Week, los jóvenes de Katmandú no solo protestaban contra la censura digital, sino también contra la corrupción, el nepotismo y la falta de oportunidades laborales. Pero las redes fueron el catalizador, el símbolo y el instrumento de su movilización.

Nepal es un país lejano, pequeño en términos geopolíticos, pero su crisis revela una verdad global: la vida contemporánea no se concibe sin redes sociales. Es posible que allí donde los gobiernos intenten cerrarlas o controlarlas, corren el riesgo de desatar rebeliones similares.

La historia reciente lo confirma. Desde la Primavera Árabe en 2011, pasando por las protestas en Hong Kong en 2019, 13-M en España, hasta los movimientos feministas y ambientales que han marcado la agenda en América Latina y Europa, las redes sociales han sido la plaza pública del siglo XXI.

La caída de K. P. Sharma Oli es más que la renuncia de un primer ministro. Es la prueba de que las redes sociales no son un lujo, sino un derecho político y generacional. Prohibirlas es desconocer la realidad de un mundo donde la juventud no se informa en los periódicos ni en los noticieros televisivos, sino en TikTok, Instagram o X.

Nepal nos enseña que la censura digital ya no es viable. Cada intento de acallar las voces en línea puede terminar amplificando los gritos en las calles. Y es un recordatorio para todas las democracias: la participación ciudadana del siglo XXI se escribe en código binario, se organiza en hashtags y se moviliza con un clic.

La pregunta es si los gobernantes están preparados para esta conversación.

Tony Pichardo

Periodista.

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