Navegamos en medio de inmundicias

Navegamos en medio de inmundicias

Navegamos en medio de inmundicias

Rafael Ramírez Ferreira

Porque… De nada valen las buenas palabras,

Cuando detrás de ellas subyace el engaño.

 

Cuantas más leyes,

Más ladrones.

Lao Tsé.-

          Hoy, el nacimiento de la luz de un nuevo día, me hizo sentir feliz, como si fuera a ser el último. Feliz quizás,  porque podría salir de esta agonía que ya parece eterna en medio de una banalización que le ha quitado sentido a lo que consideraba encerraba la esencia de la vida.

En Argentina, a fuerza de voto y contra todos los pronósticos cerraron una etapa que duro 12 años. En Guatemala trono la justicia y las torres de corrupción que se creían perennes en las alturas, mordieron el polvo de la deshonra ante el tardío pero siempre presente peso de la ley. Mientras aquí, solo se clama por despolitizar la justicia, siendo la cuestión… ¿pero a partir de cuándo?

Que recuerde, a pesar de los historiadores que todo lo acomodan al gusto de la política, nuestra justicia siempre ha sido así, política hasta la tambora, incluyendo hasta el nombramiento de militares para responder a intereses del dictador democrático o no,  pero siempre para responder a ese mandatario. ¿Meter la justicia en la política?,  pero por Dios, cuando ha estado fuera.

Hicieron una reforma “nueva”, y crearon las Enanas, Medianas y Altas Cortes a imagen y semejanza de los intereses políticos presentes y mediato futuro. Acaso fue por capacidad de los miembros elegidos, cosa esta que nadie pone en dudas, no señor, fueron creadas por los políticos, para representar y defender sus intereses, aunque quizás, buscando y buscando se encuentre algún mosquito en el café, pero la gran mayoría responden, son o han sido, miembros declarados o encubiertos de los partidos políticos, que se dividieron su participación en todo un drama de mal gusto, donde se sabía, desde antes de comenzar, quienes iban a ganar con excepción de uno, que a ultima hora dejaron fuera del juego.

Pero nos gusta engañarnos y engañar. El famoso “todo el mundo” conoce y sabe que al politizarse las instituciones dejan de ser lo que deberían de ser para constituirse en un apéndice del partido que sigan, y como todo se ha cualquerizado, hasta se aplaude cosas que hieden solo a imagen mediática, irresponsabilidad para cumplir con su deber, para engañar a los más pendejos, como esa de los “Amemaos”, de concientizar sobre el manejo, con panfleticos, sermones y un desparrame mediático, cuando deberían emplearse en aplicar la ley de tránsito, como real, verdadero y efectivo disuasivo y por demás “orientador” método para crear conciencia en el cumplimiento de la misma.

La idiotez, en muchas mentes, principalmente de algunos políticos y más si son funcionarios –peor si son de la justicia-, han llegado a creerse que es general, esto es, que todo aquel que no es político, valdría decir el pueblo, somos idiotas y como tales nos tratan. La pelea estaba montada, las apuestas estaban hechas y todos conocían el resultado final de la misma. Aun el peleador principal fuera inocente de la trama y todas las componendas del árbitro principal y los jueces que iban a determinar el ganador, con todo y eso, el pleito había que echarlo, el contrincante no podía retirarse sin pelear, porque el baldón de heces moral no le iba a caer a él, sino sobre las “autoridades” dueñas del espectáculo, pero no, se retiró, abandono.

Quizás llegue el momento en que se haga inocultable la acción de favorecer al contrario. Si la pelea se hubiese dado, a pesar de la crónica de una sentencia anunciada, se  pensaría en dignidad, de valor en vez de cobardía; en gallarda posición y no en una burda componenda, porque con todo y todo, no hay que olvidar, que el abandono por igual es político y que ese abandono justifica la actitud del contrincante y por demás lo hacía intocable en caso de que en verdad fuera culpable. Entonces, más bien parece una componenda, con argumentos para justificar el hecho ante los idiotas.

Es decir… ¡el pueblo!, quedando la duda de si en realidad es un héroe o cobarde villano. Y es que la acción más bien parece una farsa, un drama de mal gusto que solo el tiempo, quizás no muy lejano, hará repollar lo sembrado, porque en estos momentos y en lo que llega a donde quizás se quiera llegar, “lo importante se trata del viaje, no del destino”. ¡Si señor!



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