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Naturaleza, pensamiento, historia

José Mármol Por José Mármol
José Mármol
📷 José Mármol

El problema filosófico de la naturalización del hombre, la sociedad y la cultura, pero, especialmente del primero, tiene sus referentes iniciales en filósofos presocráticos o, precisamente, naturalistas como Anaximandro y Empédocles, quienes subrayaron la probabilidad de una procedencia no sobrenatural o metafísica del hombre.

Este pensamiento, de carácter mitopoético, va a ser ordenado, sistematizado y adosado con mayores ribetes de cientificidad por el filósofo griego posterior Aristóteles, quien fundamenta las bases empíricas de labor taxonómica de los elementos naturales.

La noción de naturalización ha de verse estrechamente ligada a la de evolución.

Es decir, que a una cosmovisión cifrada en lo estático, lo fijo, lo inamovible por orden y establecimiento sobrenatural va a suceder una perspectiva de transformismo, movilidad, cambio o ruptura en contextos históricos y socioculturales específicos.

Sin embargo, habría que convenir en que la dinámica de esas dos tendencias del pensamiento se cifraba en un mismo objeto de estudio o de especulación considerado como centro: el hombre. De ahí la noción de antropocentrismo.

Las argumentaciones de orden religioso, desde la Edad Media hasta inicios del Renacimiento, tuvieron un peso determinante en la concepción del hombre, como centro del universo, hecho a imagen y semejanza de Dios.

La posición céntrica del hombre en la tierra lo hacía poseedor natural y heredero de ese don hegemónico, justificado por diferentes formas de racionalidad o relaciones de saber y por determinadas posiciones de poder y de dominio en la sociedad.

De acuerdo con el profesor José Ignacio Galparsoro, catedrático de la Universidad del País Vasco, son Copérnico, Darwin y Freud quienes propinan las tres grandes heridas al homocentrismo y al narcisismo en la tradición filosófica y sociocultural de Occidente.

El primero con su teoría heliocéntrica (el sol, y no el hombre, es el centro del universo), que suplanta la visión geocéntrica de Ptolomeo; el segundo con el evolucionismo (el hombre no es el centro de la naturaleza, sino, que ahora lo es el sistema natural), y el tercero con la noción de inconsciente (este, y no el hombre narcisista, pasa a ser el centro de atención del pensamiento y de la vida).

El problema filosófico de la naturalización del hombre tiene que ver con la acción racional o cientificista de despojar el desempeño del ser humano en la historia, de todo un magma de argumentación metafísica, teológica y teleológica, cuando no meramente intuitiva, para instalar al hombre mismo y su contexto sociocultural en el ámbito de la racionalidad natural.

En el evolucionismo, en cuyos cimientos han de figurar nombres de científicos de los siglos XVIII y XIX como los de Jean-Baptiste Lamarck, Alfred Russell Wallace y Charles Darwin, dos últimos que llegaron a conclusiones evolucionistas en los mismos años, entre otros, no hay nada predestinado.

El proceso de selección natural tendrá un rol fundamental en lo adelante. Marx y Engels, entre otros pensadores materialistas, jugarán un importante papel en la difusión del evolucionismo, sobre todo, en la fundación de su concepción materialista de la historia y en la fundamentación del socialismo científico y la nueva economía política, en oposición al idealismo hegeliano y a toda la metafísica precedente.

El hombre deriva de la evolución de otras especies; no solo biológicamente, sino también, racionalmente. O bien, han evolucionado de otras especies los órganos en que descansa el razonamiento.

De manera que a partir de ese momento, el Logos inmanente de origen griego presocrático es asociado, en términos de fundamentación de su procedencia, a órganos corporales que, por si fuera poco, han experimentado determinadas metamorfosis constitutivas o fisiológicas a lo largo de su vigencia histórica.

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