No se puede hablar con ligereza sobre Natacha. Y pensar que su único vínculo con la literatura era el nombre de bautizo, el de la heroína de León Tolstoi, en la novela «La guerra y la paz», o porque era la primogénita del humanista y autor de importantes ensayos, Pedro Henríquez Ureña.
Natacha nació el 26 de febrero de 1924 en México, poco antes de que sus padres se trasladaran a vivir a Buenos Aires, Argentina. A la muerte de Pedro, la viuda, en compañía de sus dos hijas, volvió a México.
Natacha era una niña precoz. A la edad de siete años ya leía «La Eneida», de Virgilio. La edición, publicada en la colección mitología para niños de la editorial Araluce, y que entonces compraba para ella su padre, quien a temprana edad de sus hijas cuidaba con ahínco el cultivo del amor por la lectura.
En la ciudad de México se casó —siendo muy joven— con Pablo González Casanova, y por tanto yerno de Pedro, el distinguido sociólogo y profesor universitario, con el cual tuvo tres hijos: Pablo, Pedro y Fernando; los tres, desde muy jóvenes trabajaron como profesores e investigadores en la Universidad. Además, los tres nietos de Pedro Henríquez Ureña que el maestro de América no llegó a conocer.
¿Quién era Pablo González Casanova, el esposo de Natacha? Todo un intelectual en su vida de adulto. Nació en Toluca, Estado de México, 11 de febrero de 1922. Estudió la licenciatura en Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México y la maestría en Ciencias Históricas en el Centro de Estudios Históricos en el Colegio de México. En 1950 se doctoró en sociología en la Sorbona de París. Miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua, y fue rector de la Universidad Nacional Autónoma de México. La Unesco lo condecoró en 2003 con el Premio Internacional José Martí, por su defensa de la identidad de los pueblos indígenas de América Latina.
Y dice de él Yuriria Iturriaga —mexicana, antropóloga, dedicada a historia de la alimentación y etnococinera—: don Pablo siempre tuvo un discurso removedor de la conciencia y convincente, junto con una risa inolvidable, aparejada a un atractivo físico que lo hacen todavía, por dentro y por fuera, un hermoso ejemplar del género humano.
En el Colegio de México —dice Luis Hernández Navarro, escritor y periodista mexicano— aprendió a trabajar para pensar, a investigar lo que no sabía, escribir de lo que estuviera seguro y descubrir errores.
Pablo y su esposa Natacha Henríquez Lombardo eran asiduos contertulios, invitados siempre a las comidas, cenas y tertulias del momento. Eran infaltables a las actividades de la intelectualidad mexicana.
En México era normal que usara su nombre de casada —Natacha González Casanova del Valle—, pero de manera esencial era conocida como Natacha Henríquez Lombardo, la primogénita de Pedro Henríquez Ureña.
Natacha se distinguió no solamente por su trabajo editorial en el Fondo de Cultura Económica (FCE) y como autora de notas de libros, publicadas en distintos periódicos del país. Era una gran conversadora y una amiga entrañable de importantes escritores y poetas; igual que Pedro Henríquez Ureña, su padre, tenía buena química con los intelectuales y, desde el primer momento, hacía de la amistad un culto. Así, con un trato afable, consolidó amplias y profundas relaciones laborales, durante su vida en México.
En su posición laboral en el FCE nunca escribió nada sobre su padre, pero con toda seguridad cuidaba la continuidad de la colección que fundó él. Antes que ella, según Liliana Weinberg, la primera responsable de la puesta en marcha concreta de la serie fue Camila Henríquez Ureña, invitada por Daniel Cosío Villegas, director del Fondo de Cultura Económica, a hacerse cargo del lanzamiento de dicho proyecto editorial, fruto de la sugerencia de su hermano Pedro, quien no pudo viajar a México y falleció pocos meses antes de la apertura del proyecto. El 9 de enero de 1946 Daniel Cosío Villegas le escribió a Camila, y le describe el proyecto de esta forma:
«Le he pedido a Pedro que haga para el Fondo de Cultura Económica el plan de una nueva Colección de libros que se publicarían como una biblioteca aparte bajo el nombre de Clásicos Americanos o la Tradición de América. Sería una colección enorme y tremendamente importante, y su fin principal sería hacer disponibles en una edición uniforme y relativamente barata los grandes tesoros literarios de nuestros países. Pedro ha trabajado con gran entusiasmo, y no necesito decirte que acepta nuestra idea, pues en realidad, él mismo había pensado hacer algo semejante en la Casa Losada. Tengo ya en mi poder una idea general del plan todo; hechas fichas concretas de varias obras y luego dos listas: una de los primeros 25 volúmenes y otra de los cien siguientes».
Apenas se mantuvo un año como Editora de Fondo de Cultura Económica, de 1946 a 1947, labor que desempeñó en su año sabático. El plan no era de ella. Así que Daniel Cosío Villegas solo necesitaba el impulso intelectual de los apellidos Henríquez Ureña; y ese compromiso recayó sobre los hombros de Camila. Una vez el proyecto «Clásicos Americanos» empezó a caminar de manera firme ella dejó su despacho, volvió a Estados Unidos y asumió sus compromisos académicos.
De todas formas, la salida abrupta de Daniel Cosío Villegas de la dirección del FCE en 1948, por diferencias públicas con el gobierno de Miguel Alemán Valdés, presidente de México del 1 de diciembre de 1946 al 30 de noviembre de 1952 —y sustituido por Arnaldo Orfila Reynal, quien amplió la estructura de la casa editorial hacia el campo de las humanidades— iba a dejar muy vulnerable a Camila, desde el punto de vista laboral. Era una mujer sola, con 53 años. Soltera, intelectual, maestra, ensayista. Así que la mejor decisión la tomó. Y regresó a las aulas de la universidad.
Una década después, Isabel Lombardo, todavía perseguía pagos por derecho de autor de su difunto esposo. En una condición económica que no era muy buena, escribió a Joaquín Díez Canedo —gerente editorial de FCE—, el 11 de enero de 1960: «Por Natacha —Henríquez Lombardo, la primera hija de ella con Pedro— me he enterado que el Fondo de Cultura ha editado un libro de Pedro, ignoro el título («Obra crítica» es el título, rgr). Tengo la ilusión de que algún día conoceré ese libro. Lo molesto para pedirle que sea usted mi puente con esa editorial y pueda yo cobrar los derechos de la edición. Mi situación con el Fondo de Cultura Económica es semejante a la de las indias mexicanas antes de la revolución: siempre le debían dinero a la hacienda en donde trabajaban… Ojalá que en este caso algo me reste y, por medio suyo, yo pueda recibir lo que me asignan».
Isabel Lombardo Toledano sí conoció a sus nietos, pero murió en México, a la edad de 67 años, en 1970, consumida por un cáncer.
Natacha, su hija, murió en México, el domingo 26 de julio de 1998. A la edad de 74 años.
Pablo González Casanova, luego de una viudez de varios años, se casó de nuevo con Anne Bar-din Blugeot, originaria de Francia. Nació el 21 de agosto de 1944 donde pasó su niñez y juventud, descendía de una familia de refugiados políticos iraníes. Radicada en México desde 1983. Estudió la licenciatura en psicología, con especialidad en psicoanálisis infantil en la Universidad de Nueva York, donde también cursó la maestría en Psicología Clínica; el doctorado lo obtuvo en Cambridge, Inglaterra. Falleció a los 66 años de edad, el 22 de julio de 2010. Sus restos fueron velados en una capilla del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, en avenida San Fernando, Tlalpan; y luego, cremados.
El Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) celebró el 11 de febrero del presente año 2022 los 100 años de vida y obra del sociólogo, abogado y politólogo mexicano, Pablo González Casanova; y lo exaltó como digno exponente de las ciencias sociales de Latinoamérica y el Caribe.