La política dominicana está siendo animada en el inicio del año por la movilidad de algunos funcionarios municipales elegidos en unos comicios de los que en poco más de un mes se cumplirán tres años.
Son una parte, tal vez la más básica, de los servidores públicos de elección directa.
Nada se puede hacer desde la vertiente partidista de la política para evitar que pasen de un color de la oposición a uno en el poder o de uno en el poder a una de la oposición con tantas probabilidades de salir ganancioso de una elección que algunos estén dispuestos a “jugársela”, como denomina el habla a este tipo de riesgos.
Desde el punto de vista de la moral tampoco hay mucho que se pueda hacer.
Ni siquiera el griterío de quienes han sido abandonados y de las denuncias de los hechos particulares es algo nuevo. La política a la dominicana tiene en estos denominados tránsfugas a especímenes típicos de todos los partidos y de todos los tiempos.
¿Por qué se va de una organización un funcionario de elección directa? Primero, porque puede. Ninguna ley lo prohíbe y allí donde la norma no pone barreras sólo puede evitarlo un arraigado sentido de pertenencia. En segundo término, porque es parte del folklore político entre nosotros.
Este flujo entre organizaciones ha estado muy activo recientemente. El realce dado a estos hechos se debe a que los ayuntamientos, de los que han sido sonsacados algunos funcionarios elegidos bajo una bandera partidaria y que ahora pasan a otra —o desde los que algunos pueden haber dado a conocer que están disponibles para el mejor postor—, administran presupuesto, son fuente de empleo y a veces de negocios de cierto nivel.
De estos hechos, sin embargo, se deriva una enseñanza importante: la política le sirve al no comprometido con una bandera para escoger a un administrador sin calificación, no a una madre Teresa de Calcuta.