Primero eran casos esporádicos. Muy de cuando en cuando se reportaba algún incidente en el que estuviera involucrado un nacional haitiano, pero las cosas han evolucionado con tal rapidez y crudeza que ahora no transcurre un solo día sin que haya una muerte violenta o una quema de viviendas entre haitianos y dominicanos.
Lo malo del caso es que nos estamos acostumbrando a vivir con esos incidentes y a verlos como cosa normal. Hasta los linchamientos, ese procedimiento inaceptable para supuestamente hacer justicia, se repiten con una frecuencia alarmante.
No voy aquí a echarle la culpa a los haitianos ni a los dominicanos tampoco, en términos generales. Pero sí a ambos gobiernos que están en la obligación de preservar la paz en la isla, y no parecen darse cuenta de que poco a poco nos están empujando a lo que podría degenerar en choques incontrolables.
Controlar la inmigración haitiana en las actuales circunstancias es muy difícil, por lo cual hay que buscar remedio poniendo los pies en la tierra, sea con haitianos o sin haitianos.
Me parece que se está perdiendo tiempo para agarrar al toro por los cuernos en una o varias acciones heroícas que deben ser asumidas conjuntamente por los dos gobiernos, como una cuestión de subsistencia.
Estamos consumiendo fuerzas en querellas y chismes políticos sin importancia, tanto aquí como allá, sin prestarle atención al sunami que nos amenaza a ambos por igual.
Una vez más, la voz de alarma está dada. No seamos indiferentes ni apasionados. Usemos la cabeza para algo más que para llevar el sombrero.