En teoría el servicio exterior, ente otras cosas, debe servir para la promoción de la República Dominicana como destino de inversión de capitales.

En ese orden tenemos un cuerpo de diplomáticos, encabezado por embajadas y consulados, debidamente acreditados en importantes naciones del mundo.

En la inmensa mayoría de los casos –y para nadie es un secreto– el servicio exterior se utiliza para pagar favores a connotados amigos y políticos, sobre todo, tomando en cuenta los lujos que tienen, empezando por los inflados sueldos en dólares y euros que reciben.

Otra parte se ampara en la posición como trampolín para hacer estudios de grado y otras especialidades, con sueldos que paga el Estado dominicano, fruto de la recaudación de impuestos.

Hace poco se anunció por todo lo alto que en enero habrá movimientos en el servicio exterior.

De acuerdo a declaraciones del Canciller, se comenzará a ejecutar una profunda reforma en el servicio diplomático del país.
Hay que darle tiempo a su titular para que ponga en ejecución esa llamada “profunda reforma en el servicio diplomático”.

Esperemos, además, que sea “profunda” y reforme algo allí. No estamos muy esperanzados, tomando en cuenta que transitamos por un periodo muy sensible.

Estamos a las puertas del inicio de un año importante para el partido en el poder.

Dentro de poco empieza una contienda electoral importante en la historia del país, y el servicio exterior constituye una pieza inamovible, por las consecuencias y sus implicaciones. De todas formas esperemos esa reforma.