En mi época de estudiante de secundaria se impartía una asignatura llamada Moral y Cívica, cuyo libro de texto oficial era la Moral Social de Eugenio María de Hostos.
Era una asignatura de fácil lectura, que no requería de grandes esfuerzos de memoria como la Química con sus complicadas fórmulas, por ejemplo, o como la Física. Pero tras su aparente sencillez la materia denominada Moral y Cívica contenía profundas enseñanzas de principios y valores que hoy brillan por su ausencia.
A mí se me ocurre pensar que la pestilente corrupción pública y privada en que está sumida la sociedad dominicana se debe en gran medida a la falta de énfasis en la enseñanza de principios éticos elementales en las escuelas y colegios.
Cosas tan simples como el respeto de la familia en el hogar, la veneración de los símbolos patrios, las buenas costumbres, el no tirar basura en la calle, el ceder el paso y el asiento a los mayores y a las damas, el decir gracias cuando se recibe una atención, el respetar el derecho ajeno y tonterías por el estilo, han cedido el paso a la criminalidad, a la corrupción, al cohecho, a la mentira, al engaño.
La crisis de la ética nos ha conducido, como nación, a los últimos lugares en las listas del desarrollo, el progreso y la educación.
Se me ponen los pelos de punta cuando escucho a los expertos decir que necesitamos diez, quince o veinte años de esfuerzo tesonero para igualarnos con los países promedio en dichos listados.
Pero ¡ni modo!, si eso es lo que hay, ¡comencemos ya! No por nosotros, sino por nuestros hijos y nietos, que no tienen la culpa de encontrar el mundo como se lo estamos dejando.