El comportamiento humano tiene sus maneras filosóficas de convivencia basadas en normas y valores. Su acatamiento define el perfil moral de una sociedad. Por lo contrario, su violación constituye un acto inmoral, mientras que la carencia o incumplimiento de esas normas y valores se convierte en una amoralidad.
Cuando un individuo exhibe un comportamiento acorde a sus expresiones públicas poniendo de manifiesto sus correctos valores formativos, estamos en presencia de un personaje moral. Es seguro que recibió los primeros lineamientos cívicos en el seno del hogar, fue obediente a las normas conductuales de la escuela o abrevo en la lectura de los grandes pensadores que, como José Ingenieros y su Hombre Mediocre, nos enseña las excelencias del comportamiento humano.
En el reverso de ese panorama, aquellos que aun conociendo los cánones que rigen las actuaciones correctas violentan a propósito esas normas, son entes inmorales. Nietzsche los define como resentidos que desprecian la escala de valores, mientras que Maquiavelo los sindica como individuos que se alejan del bien fácilmente, por su egoísmo natural y sus propios intereses.
Lo amoral es harina de otro costal. Los individuos actúan de manera diferente a lo que la razón social considera correcto, contraviniendo las normas morales sin saber si están accionando mal o bien. En la farándula no conozco un caso de amoralidad, aunque si muchos de doble moral.
En la industria del espectáculo con lo moral y lo inmoral las personas manifiestan una dualidad natural a su condición humana. En algunos artistas, lo último es parte de su naturaleza y por lo general se expresa más en la humildad y la fe. Exhiben humildad, pero no son capaces de reconocer cuando se equivocan. Lo mismo con la fe y el agradecimiento a Dios cuando consiguen un logro, pero no se someten a los designios divinos.
En las manifestaciones musicales de hoy día, sus protagonistas presentan un horizonte nebuloso en el cual estas expresiones pierden su sentido de definición, pues con facilidad pasmosa saltan de un extremo a otro donde la ignorancia y la hipocresía campean por sus fueros. A lo más que llegan es a la combinación perfecta de lo moral con lo inmoral llevándose las palmas como protagonistas de la doble moral.