Molina para principiantes

Molina para principiantes

Molina para principiantes

Miguel Febles

El trabajo en una sala de prensa me ha revelado la ignorancia absoluta de los estudiantes de comunicación acerca de la historia reciente del periodismo dominicano, oficio en el que tratan de involucrarse como pasantes.

Germán Ornes y Rafael Herrera, dos nombres que marcaron el oficio en su época sobre la base de su personalidad y su visión, les son desconocidos. Rafael Molina Morillo -la otra columna de la tríada fundamental alrededor de la cual giró el periodismo tras la reorganización social, económica y política que siguió a la liquidación de la tiranía- les resulta familiar en su fachada decadente, en su faceta light, como se diría hoy.

La última gran batalla de “Molinita”, como aprendí a nombrarlo por mi cercanía con Ornes, la libró frente al proyecto de isla artificial aireado en la segunda administración de Leonel Fernández, pero ya nadie habla de aquella lucha.

Ornes era un periodista de posiciones verticales al que no le importaba la faceta empresarial, el negocio, como no fuera para sentirse libre en lo posible.

Lo suyo era el periodismo como poder activo en la sociedad, ese era su motivo principal. La política, digamos, es el oficio del poder; el periodismo como política es duro; difícil, como toda forma del poder, no importa el bando desde el cual se le practique.

Herrera tenía maneras diferentes, era algo horizontal, pero en el fondo, cuando había que lidiar con una crisis vertebral, estaba más cerca de Ornes que de Molina, el más liberal de los tres.

A su espíritu lo movía un algo maternal que lo hacía parecer el refugio que necesitaba la clase media urbana, profesional e ideologizada de los años difíciles de la postguerra.

Su condición de director para un grupo empresarial fue una tarea compleja (dolor de cabeza de periodistas), pero se las arregló para compartir con un sector social necesitado de voz, algo del poder para el que lo habían designado.

Molina fue un emprendedor. Mientras estudiaba en la Escuela Normal ideó junto a un compañero de estudios -Rafael González, hoy radicado en Estados Unidos- una tira ilustrada en la que se contaba la historia dominicana. Según Luis Ramón Cordero, se publicaba en un diario, pero no pudo recordar en cual.

De la iniciativa de Molina nació la revista ¡Ahora!, un hito. Del atentado contra esta publicación semanal nació El Nacional de ¡Ahora!, y de su búsqueda de otros caminos, salieron algunos experimentos empresariales que le causaron más quebraderos de cabeza que satisfacciones.

La revista debiera ser bastante para esta vindicación. Pero también se le puede atribuir la reintroducción del tabloide y el aprovechamiento de la tarde con fines periodísticos en un tiempo en que el suceso tenía una carga política e ideológica muy marcada.

Reacio a la censura, no siempre guardó este credo junto con el incienso.

El periódico La Noticia nació de una huelga de periodistas de El Nacional en 1973 ante la suspensión de una serie de reportajes escritos por Víctor Grimaldi sobre la propiedad de unas tierras en el Este de las que el empresario Baby Ricart decía que tenía título.

Su etapa más sosegada empezó con el intento de resucitar ¡Ahora!; culminó con la invención de El Día de la mano con Pepín Corripio, a quien le había vendido El Nacional y la revista hacía más de 20 años.



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