Porque… Al final de todo, somos solo
Lo que es nuestra esencia.
No pueden alejarse de mi paraíso,
Pudo haber expresado algún Dios.
Aunque por igual, pudo decirlo
El mismo Satanás.
Somos excelentes librando luchas contra lo imposible y al parecer es algo que nos ha contagiado a muchos. Tenemos intelectuales que viven inmersos en su intelectualidad, completamente alejados de la realidad, atiborrados de libros y conocimientos, envueltos en un capullo creado por sus fértiles mentes los cuales no pueden ser tocados ni con el pétalo de una flor, ni siquiera el mínimo ruido que altere la grandeza creada por sus vastos conocimientos literarios, históricos y en ocasiones hasta utópicos.
No se les puede llevar la contraria porque se consideran dueños de la verdad creada por ellos. Algo parecido a lo que acontece con la tozudez de los políticos. Y lo peor de todo este ensueño de intocable prepotente grandeza, es cuando les toca salir de ese encierro idílico de cultura, teoría y sapiencia para hacer frente a la cruda realidad, entonces se convierten algo peor que un analfabeto dirigiendo la educación de un país.
Tal y como sucedió con el famoso premio aquel, que hasta mencionarlo da asco, y no solo por la decisión errada emitida por ese sabio, culto, distinguido y nada torpe jurado, sino, por la falta de responsabilidad y tacto del farandulero que nos han impuesto como Ministro de Cultura, quien al parecer le faltaron los argumentos a todas luces claros para oponerse a esta insensatez. O quizás, además, le hayan faltado colgantes para decir ¡No!
Quizás el fallo de esta desaguisada elección fue producto desde el inicio, de la misma composición del ofendido jurado, que al parecer fue atacado implacablemente por el espíritu desgraciado de Guacaragani con más fuerza de lo que suele ocurrir con aquellos infelices que desconocen hasta quien fue este pobre diablo.
Pero ya este tema paso de moda, incluyendo la filípica y además culturizada pela de lengua que publicó uno de los ofendidos a un hombre que a lo largo de su vida como distinguido periodista, ha demostrado tener más juicio, colgantes, y menos prejuicio que el desdichado “ofendido”. Por eso dejemos esto hasta aquí, siempre y cuando no aparezca otro ofendido y desee continuar con el tema.
Mejor hablemos sobre el tema de la mitomanía de grandeza y la sumisión de profesionales ante los pies de alguien que supuestamente los dirige y “ellos” lo aceptan, porque de una u otra manera él obtiene su “grandeza” como dirigente gremial y ellos obtienen las prebendas producto de la atinada “dirección de su líder”.
Lo que no expresa el Líder “huelgario”, es que el problema no lo es tanto que el presupuesto sea bajo –que lo es- sino la administración del mismo, las indelicadezas y la falta de ética de muchos sumando a las enfermeras y adicionando a esto la indolencia para bien tratar a quienes asisten a los hospitales públicos, que son los más perjudicados con cada huelga sin que les remuerda hasta el alma al “líder” y los profesionales que se dejan narigonear solo por intereses personales sean justos o no pero que siempre existen otros medios para obtenerlos.
Y el “líder” no deja de tener razón aunque disfrace “su lucha” por el motivo principal que es el aumento de sueldo, pero por demás es de su pleno conocimiento que muchos médicos prefieren referir a los pacientes a sus consultorios y hacerles exámenes que bien pueden ser hechos en los referidos centros públicos de salud, sin decir que muchos de estos equipos son mejores que los de sus consultorios, pero que inexplicablemente –aún se aduzca falta de mantenimiento, se dañan más continuamente. Y la razón es simple, un vulgar y abusivo negocio. Así nomás.
Y como el negocito ha sido bueno, el 4 será igual al 5, si lo obtienen. Muchos edificios para escuelas en cañadas y “derricaderos” como dicen los campesinos, aunque la capacitación y bienestar de los profesores como entes principales se haya quedado en segundo plano. Un símil perfecto de profesores y médicos, porque en las construcciones se producen “boronas”, la capacitación y pensiones no dejan ni las gracias a los benefactores”. ¡Si señor!