Lloviendo sobre mojado
Taiwán es como un comodín que todos usamos cada vez que queremos referirnos a un modelo de país pequeño que, a base de esfuerzo, disciplina y voluntad, ha sabido superar todo tipo de dificultades hasta convertirse en una indiscutible potencia comercial a nivel mundial.
Con menos territorio que la República Dominicana y una población que triplica a la nuestra, la República de China en Taiwán emprende cada día proyectos colosales en las más diversas áreas de la actividad humana, desde la construcción (tiene el edificio más alto del mundo, con 101 pisos) hasta la investigación científica aplicada a la salud o a la agricultura, pasando por la industria tecnológica más sofisticada del planeta, que convierte a ese país en uno de los mayores productores de televisores, celulares y computadoras del globo.
¿Y por qué tiene el pueblo chino de Taiwán esas capacidades? Sencillamente porque, gobierno tras gobierno, sus mandatarios le han prestado la mayor atención al renglón educación en sus gestiones constitucionales, que a cualquier otra rama de la administración pública.
¿Cuánto invierte el Estado en la educación? El 19% de los gastos combinados de los gobiernos central y locales, equivalente a más del 4% del Producto Nacional Bruto. Hay 149 universidades y colegios universitarios, con más de 1,300,000 estudiantes en instituciones de educación superior. No hay en todo Taiwán un niño que no asista a la escuela, donde recibirá, además de enseñanza, desayuno y merienda. El índice de alfabetismo en mayores de 15 años es del 97%. Y así por el estilo.
No estoy descubriendo la pólvora. Estos datos, de tanto repetirse, son ya conocidos por todo el mundo. Insistir en ellos es llover sobre mojado. Pero aún así, no puedo resistir la tentación de soñar con ellos y abrigar la esperanza de que algún día un gobierno nuestro les prestará atención e imitirá el ejemplo de Taiwán.