Mirarnos en el espejo de Francia

Mirarnos en el espejo de Francia

Mirarnos en el espejo de Francia

Rafael Chaljub Mejìa

Mi amigo, el reconocido escritor Basilio Beliard, me manda un texto que me llama la atención. Le doy tanta importancia al problema que en ese texto se aborda, que he decidido sacrificar un artículo de apoyo a la convocatoria que ha hecho la Marcha Verde para el domingo, para traer a cuento lo que Basilio me envía y que copiado a la letra dice lo siguiente: “Las autoridades de la educación en Francia han resuelto cambiar los programas escolares para el año próximo, ante el evidente “retroceso educativo” que reconocen está marcando a las nuevas generaciones, y deciden dar marcha atrás para volver a instruir algunas formas relegadas, pero que las “nuevas pedagogías” no han logrado mejorar.

“Los dictados han sido desde siempre una tradición en Francia, donde la ortografía era considerada un punto alto dentro de los egresados de las escuelas.

“Sin embargo, las nuevas tendencias impusieron que la corrección ortográfica no era más que un freno a la creatividad y a la libre expresión. Otro tanto ocurrió con la lectura en voz alta y la memorización de textos, que pasaron al rincón de los recuerdos de los docentes, que se vieron enfrentados a técnicas menos “invasivas” para con los niños.

“También el mundo de la aritmética sufrió cambios radicales, en tanto hacer cuentas, sumar y restar, multiplicar y dividir y elementos básicos antes fundamentos de razonamientos, han dejado paso a las calculadoras primero y a las ‘tablets’ después”. Agrega el escrito que los resultados de esos cambios que empezaron hace cosa de veinte años han sido “catastróficos” y las autoridades han decidido volver a los dictados diarios, calificaciones a los trabajos en las aulas y en la casa y pruebas de evaluación periódicas. Yo no conozco la educación dominicana por dentro, pero tengo el temor de que aquí también necesitemos volver a algunas cosas que los cambios de estos tiempos se llevaron.

Entre ellas las lecciones de urbanidad y buenos modales, de respeto y veneración a los símbolos patrios, el rigor por la ortografía y el buen hablar y el canto de los himnos escolares. Especialmente la vuelta a aquella vieja canción que sonó como enseñanza de moral por muchos años: “No digamos jamás la mentira, etc., etc.”. Así tal vez tendríamos menos embusteros en la política y en todos los demás campos de la vida social.



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