Corriendo el riesgo de lucir reiterativos, debemos insistir en que la República Dominicana debe ver con preocupación lo que ocurre en Haití.
No hay que ser una pitonisa para llegar a la conclusión de que en la vecina nación están creadas todas las condiciones para una gran explosión social, cuyas consecuencias, sin duda, impactarán de manera directa en nuestro país.
Creemos firmemente que aunque la prudencia a veces aconseja a un líder de un país permanecer en el extranjero, si éste decide regresar a su país debe tener las puertas abiertas.
Ese es el caso de Jean Bertrand Aristide, quien tiene todo el derecho de retornar a su país cuando le plazca.
Algunos podrían decir que hacer el viaje de retorno en este momento sería imprudente.
Esa decisión sólo le corresponde a él.
El exilio no puede ser promovido por ninguna nación ni líder que se precie de ser democrático.
Ahora bien, la República Dominicana debe tener presente que el eventual retorno de Aristide a su país hace más explosiva la situación interna, pues vendría a combinarse con la presencia del exdictador Jean Claude Duvalier, el cólera, la destrucción del terremoto y un malestar por un tortuoso proceso electoral que aún no culmina.
Por principio de buena vecindad, tenemos el deber de ayudar en todo lo posible a Haití, pero también hay que estar preparados para evitar que sus tragedias nos arrastren.
La comunidad internacional no ha hecho lo suficiente para ayudar a Haití, y eso se ha demostrado hasta la saciedad.
No podemos darle la espalda, pero hay que prepararse para no hundirse con el vecino.