Algunos llevan desde el viernes de la semana pasada la cuenta de los que abandonan el Gran Santo Domingo con la esperanza de descansar un poco del tapón.
Pero si se van de vacaciones a las provincias, campos y resort, más temprano que tarde regresarán.
Y como los que llevan esta cuenta están muy atentos al movimiento de la gente hacia las grandes arterias interurbanas porque entienden que el tapón que sufren se debe al número de provincianos mudados a la Capital, tal vez les resulte descorazonador leer que todavía pasará a vivir mucha más gente en las grandes ciudades, que ni siquiera la mitad de la población tiene un carro en la marquesina o en la puerta de su casa, y que el embotellamiento, si no de todas las vías, de muchas de ellas, depende menos del número de vehículos que de la manera de pensar de los conductores.
Si los choferes fueran razonables el tránsito fluiría a 30, 40 o 50 kilómetros por hora en el peor de los casos, pero fluiría.
La manera dominante de conducirse en las vías públicas es egoísta y medalaganaria, y por esta razón dos conductores se detienen en paralelo en la avenida 27 de Febrero para conversar y esto genera el tapón, porque obliga a otros a detenerse, a maniobrar para evitarlos y a veces un tercer vehículo es detenido en paralelo porque a uno se le ocurre detenerse a regañarlos y esto da origen a la discusión del día.
Los que se detienen a conversar pueden ser patanes, es cierto, pero, ¿y qué son los que corren por la derecha en una vía de cuatro carriles para hacer un clavado hacia la izquierda en el punto de inicio de un viaducto?
Si al irse a las provincias desaparecieran estos comportamientos, todos estaríamos muy contentos, pero los milagros de la Navidad son de otro tipo.
Estos suelen tener lugar en el corazón y los que esperamos tienen lugar en la cabeza.