En 1951, cuando apenas tenía 7 años, vivía en los altos de Bartolo I, al lado de la casa Vittienes en la avenida Mella. Después de la calle Dr. Faura y la estación del Cuerpo de Bomberos, estaba (está todavía) la calle Emilio Prud´Homme.
En esa calle, frente a Los Bomberos, quedaba entonces la Distribuidora Corripio. No olvido que en esa misma avenida, esquina calle Santomé, estaba el Colmado Nacional, donde yo iba a comprar el arroz, la habichuela, el aceite y los alimentos de cada día.
Los sábados me daban “la ñapa”, que consistía en un chin de azúcar en la mano.
Luego, en 1952, la familia se trasladó a Las Calderas de Baní, lugar de mi nacimiento, y más tarde, en el 1954, el mismo día que yo cumplía los 10 años, nos fuimos a vivir al ensanche Ozama.
En ese entonces, para ir al Colegio Don Bosco donde estudiaba, debía coger una guagua que pasaba el puente Ulises Heureaux, subía por la calle Benito González hasta la Emilio Prud’Homme y bajaba por esa calle para subir la calle 30 de Marzo.
En la esquina San Juan Bosco (antes Pepillo Salcedo) frente a la hoy Barra Payán, yo dejaba la guagua y caminaba tres cuadras hasta la esquina Dr. Delgado, donde queda el Colegio.
¿Por qué todo esto? Pues porque al pasar por la Emilio Prud’Homme, la guagua hacía una parada frente a la Distribuidora Corripio.
No olvido que me llamaba la atención que al lado de ese edificio gris de grandes puertas había una oficina con un letrero del cual no sabía el significado: “Cosmopolita”. Después me enteré que era el nombre de la revista que publicaba el papá de Jacinto Gimbernard.
Pasó el tiempo y recuerdo que hacia el año 1958 se pusieron de moda los radios portátiles y quise que mi papá me comprara uno. Pues fuimos a Distribuidora Corripio y allí me compró un radito Sony que costó RD$70.00, que se pagaron a plazos.
Todo esto pasaba y yo no conocía todavía a Pepín ni a nadie que se apellidara Corripio. Me enteraba por la prensa que aumentaba el poder empresarial de esa familia al comprar El Nacional y fundar el periódico HOY y que al frente, ayudando a su papá, estaba Pepín. La gente hablaba maravillas de él y algunos decían que era: “un Gran Capitán de Empresas”.
Siendo yo Consultor Jurídico del Poder Ejecutivo (1982-86) lo vi y saludé en el Palacio Nacional en una visita que hizo al presidente Jorge Blanco, pero sin entrar en mayores comentarios. No olvido que un día me llamó por teléfono para preguntarme si se había promulgado una ley de carácter comercial, pero nunca más volvimos a hablar.
Fui diputado 1986-90 y después, en 1994 quise volver al Congreso. Mientras hacía campaña, recibí una llamada que me extrañó: era Pepín que quería verme en su oficina de la Emilio Prud’Homme. Te llamé -me dijo- porque a pesar de que tu no me has pedido ayuda, yo quiero cooperar con tu campaña, y me regaló 10,000 pesos.
Más tarde, en 1998 quise ser candidato a la senaduría del Distrito y Pepín asistió a una cena que hizo un amigo para recaudar fondos cuyo aporte era de 20,000 pesos.
De modo que, con su ayuda, volví a ser diputado en 1994 y competí por la candidatura a la señalada senaduría en 1998.
En ese mismo año murió el Dr. Peña Gómez y yo quedé como presidente del PRD, pero sin un centavo para pagar el salario de los empleados, pues aún la JCE no daba fondos a los partidos. Acudí a Pepín y contribuyó en gran medida al pago mensual de la nómina de ese partido.
Christian, mi hijo mayor, que es abogado, pero que primero estudió administración de empresas en UNIBE, al graduarse en 1996 me dijo: “Dicen que el mejor administrador del país es Pepín Corripio y yo quiero conocerlo”. Para ese entonces, HOY cumplía diez años de fundado y fui con Christian a la celebración. Inmediatamente le presenté a mi hijo, Pepín le ofreció trabajo y estuvo en Distribuidora Corripio hasta que tres años más tarde se fue a Washington a hacer la maestría.
A todo esto, como dicen, se me ocurrió aspirar a la candidatura presidencial del 2004 y volví a pedir ayuda a Pepín, la cual obviamente obtuve. Cuando desistí de esas aspiraciones y me concentré en mi oficina de abogados, me llamó un día y me dijo que quería saber si podía contar con mis servicios de abogado. Desde entonces, es el mayor cliente de Esquea & Valenzuela.
Sin embargo, toda esa historia y larga vida, preñada de agradecimientos, no tienen parangón con el afecto y la amistad que juntos hemos generado, a tal punto que algunos dicen que soy el abogado de cabecera de Pepín.
En estas Navidades, tiempo que las personas aprovechan para agradecer y renovar los lazos familiares y de amistad, en un momento de conversación con Pepín, le decía que hay amistades que tardan en llegar, pero cuando llegan parecen de toda la vida.
*Por Emmanuel Esquea Guerrero