El poder, en tanto que continuidad de la voluntad del sí mismo sobre la voluntad del otro, más allá del mero dominio, control, explotación o violencia, está íntimamente vinculado a un determinado modo de trabajo y estadio histórico; es decir, a un determinado estilo o estrategia de vida.
El análisis del poder llevado a cabo por Foucault a partir del Panopnticon de Bentham (1798) y de la noción fragmentaria de voluntad de poderío en Nietzsche, respondió al modelo de producción industrial fordista o de la modernidad sólida, que se quedó rezagado ante la evolución del capital hacia un modelo de orden neoliberal, centrado en la invisibilidad de la mano del mercado y en una sofisticación de las tecnologías y de la comunicación, que ha devenido en lo que hoy entendemos como revolución digital inherente a la modernidad líquida consumista, de acuerdo con Bauman.
El modelo panopticista y disciplinario del ejercicio del poder en Bentham y Foucault implica la separación física, el aislamiento y el silencio o eliminación de la comunicación entre reclusos o enfermos vigilados por una o pocas personas.
Se trataba de una técnica de control socio-ortopédico, con una específica concepción del tiempo y el espacio. Así se forjó la sociedad disciplinaria de la modernidad sólida o sociedad de productores opuesta a la sociedad de consumidores (Bauman, 2011).
Con el advenimiento y predominio del síndrome consumista y la sociedad del rendimiento laboral, la vigilancia y el poder sobre los individuos se ejerce de otro modo.
La visión del poder es ahora post-panóptica; es decir, que va más allá de Bentham y del Foucault todavía seducido por el análisis de la sociedad disciplinaria.
Cuando Bauman (2013) habla de vigilancia líquida refiere, justamente, un diseño post-panóptico de ejercicio del poder.
El panóptico digital, como lo llama Byung-Chul Han (2015), antes que aislar a los vigilados, los estimula a crear redes sociales, a vivir en lo que M. Castells (2011) denomina “sociedad red”. Los incita a postear, chatear, navegar, desnudar su cotidianidad mediante videos, fotos y textos y a estar conectados, aunque no necesariamente comunicados.
El poder digital implica la vigilancia y control de todos contra todos, del sujeto digital a la red y de la red a este. La simultaneidad y la ubicuidad son manifestaciones del poder de la comunicación digital.
Se eliminan las barreras entre anormales y normales, enfermos y sanos, libres y reos. El poder se hace costumbre y ley.
La cultura digital instaura una modalidad de ejercicio del poder que implica la tiranía del individuo sobre sí mismo, cuando se presume de ser un sujeto en libertad.
La noción psicológica del “burnout” (quemado) es expresión de este nuevo modo de control, ya no corporalmente ortopédico, sino de la psiquis, la voluntad o deseo de las personas, que se corresponde con la depresión y el narcisismo como patologías de la sociedad de consumo y rendimiento.
El síndrome consumista fermenta en una cultura y una sociedad en que predomina la reificación de lo vertiginoso, volátil, con caducidad programada y desechable, con debilidad de vínculos humanos.
L. Wacquant (2008) instaura la noción de “panopticismo social” y D. Bigo (2006) la de “banóptico” para analizar la vigilancia física, electrónica y digital sobre grupos sociales excluidos. T. Mathiesen (1997) al analizar y trascender a Foucault aporta el concepto de “sinóptico” como forma de control en que, en base a los recursos multimediáticos propios de la sociedad del giro digital, muchos observan a pocos, la muchedumbre sospecha y vigila al individuo, y la sociedad civil vigila y reta a los políticos. Simulación, pues, de la metamorfosis continua del poder.