¿Mengele de ocasión?
Los políticos conocen muy bien que la moral exige dignidad. También saben que la política opera en perfecta armonía con la inmoralidad, mancuerna diabólicamente efectiva cuando actúa aprovechando la asimetría de las personas de aquellos pueblos que –como el nuestro– arrastran una ignorancia lastrada por siglos de carencias. Justo allí es donde abundan ciertos individuos de camaleónico pelaje y de maleable consistencia, pero maestros fingiendo pudores.
Sin dudas, siempre habrá aspiraciones a las que no llegaremos nunca y eso nos hace a todos pobres en una forma u otra. Sin embargo, hay cosas peores que ser pobres: vivir con resentimiento, vivir equivocado y vivir sin dignidad; tres condiciones combustibles de aquellos individuos que nunca sueñan con hacer de su país un lugar mejor.
Canallas que olvidan que el hombre sin dignidad no es más que una bestia sin trascendencia.
Quizá por ello en la República Dominicana se aprecia una mezcla siniestra de mercaderes de la ruina, de políticos cobardes, de traidores miserables, de revolucionarios de fregadero, de nacionalistas de televisión, de importadores de barbarie, eso sí, enriquecida con los estragos de una desteñida política que cede -cada vez más- a presiones extranjeras.
Parecería que solo existimos como infausto pretexto para justificar siniestros experimentos de un Mengele de ocasión junto a una corporación de irredentos aficionados a laberintos que conducen a la desaparición.
En consecuencia, nadamos en un mar de infortunios, infamias, distorsiones, desatinos, infundios, torpezas y de vanos intentos de ocultaciones que -por burdos- no nos impiden notar desvíos de comportamientos de quienes deberían ser ejemplos para todos, convirtiéndose en benefactores de sí mismos y convirtiendo al país en una finca para ilegales.
Claro, me gustaría creer que no saben que siempre se deja un turbio sedimento vinculado a este tipo de actividades de algún modo reprochable. Por desgracia, esto poco importa, pues, al electorado lo mueve solo el interés, no los impulsos éticos.
Probablemente esté yo equivocado, pero tengo el presentimiento de que los inquilinos del Palacio Nacional zarandean -como Sansones en pleno frenesí- las columnas del Estado; como si, con propósitos inconfesables, tuvieran ya escrito un códice con todas las categorías de los evangelios del mal.
Por descontado, nunca he creído que el mutismo, la ambigüedad, la irresponsable política de sumisión al chantaje internacional y la haitianización de nuestro territorio sean meros accidentes coyunturales, ni atributos circunstanciales de la política. Creo, más bien, que son un exponente vigoroso de los mecanismos de una selección fallida.
No solo exasperante, es absolutamente desolador ver a nuestros protagonistas ejercer una política que no corresponde al ejercicio del encargo que les ha sido encomendado y, peor aún, ver a la República Dominicana convertida en una especie de ONG solo para que vuelva a bajarse los pantalones y recibir -con jolgorio incluido- una reedición de las diez plagas de Egipto en versión caribeña.
En definitiva, como patriotas defensores de la soberanía nacional, nuestros protagonistas son lo más parecido al más patético fracaso. Y estar consciente de ello, ¡diablos!, incordia más que cuando se tiene un maldito dolor de muelas y un dolor de oídos al mismo tiempo.
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