La meditación surge cuando se profundiza en una situación, hecho, persona o acontecimiento para lograr comprenderlo.
Para un cristiano, la meditación se centra en Cristo Jesús y los misterios de su Vida, Muerte y Resurrección, y su repercusión en la historia humana.
Profundizar en la meditación implica plantearnos su objetivo, asumir el silencio como precondición necesaria para la práctica de meditar que se concreta en una acción cotidiana que tiene repercusión en la vida del que medita.
Jesús se apartó de la cotidianidad y buscó el silencio para poder profundizar en su misión de vida y sus implicaciones, oró permanentemente durante 40 días y salió fortalecido para asumir los retos que le esperaban.
Silencio:
Del ruido de la vida y del mundo es necesario detenerse para conectarnos con nosotros mismos y con Dios como motor de todo, especialmente de nuestra existencia.
El silencio permite la acción del Espíritu Santo, que como brisa suave se derrama en nosotros para fortalecernos y darnos paz.
El silencio nos confronta con los demonios internos a los que vencemos con el abandono en Dios y la protección que Él nos ofrece.
Objetivo de la meditación:
La meditación tiene un fundamento: Jesús. Él ilumina las realidades humanas para hacerlas comprensibles. Ante Jesús nos presentamos desnudos en la fragilidad de la condición que nos caracteriza: limitaciones y potencialidades. Esto permite meditar en Jesús desde lo que somos y vivimos.
Hay una dimensión contemplativa de la meditación: el embelesamiento con Cristo, frente a quien solo surge admiración ante su grandeza, expresada en adoración y en una actitud de alabanza y agradecimiento eterno.
La acción de meditar:
La meditación tiene métodos para acercarnos a lograr su objetivo. La Palabra de Dios es lo que se interioriza en la acción de meditar. María es un ejemplo de cómo meditar en la palabra desde el silencio y la aceptación por la acción del Espíritu divino.
Transformación personal:
La meditación en los misterios divinos mejora la vida del cristiano. Toda práctica tiende un perfeccionamiento en algo. Así, la meditación da frutos en purificación espiritual. Los grandes místicos de la iglesia alcanzaron la santidad gracias a la contemplación. Su reflexión sobre Jesús se convirtió en acción, en amor.