En su singular “Diccionario de uso del español” (Gredos, 2007) María Moliner recoge vocablos como mediocre, proveniente del latín mediocris, que como adjetivo equivale a mediano, aplicado a cosas de escaso mérito; pero, como nombre remite a la persona de inteligencia poco sobresaliente.
Es sinónimo de adocenado y de su raíz derivan términos como medianía, mediocridad y el adverbio mediocremente. Por su lado, el “Diccionario de la Lengua Española” (Espasa, 2014), también establece el origen de la palabra mediocre en el latín mediocris, tipificándolo como adjetivo que califica algo tirando a malo. Contempla, además, el adverbio mediocremente y establece el término mediocridad, como proveniente del latín mediocritas, -atis, en su acepción de nombre femenino que apunta a la cualidad de ser mediocre.
La finalidad ulterior de un libro es dejar huellas indelebles en la vida de su lector. En mi adolescencia me topé con un libro que me marcó. Se trata de “El hombre mediocre”, del médico, sociólogo y filósofo argentino, de origen italiano, José Ingenieros, publicado en 1913, en el cual lo importante es resaltar, como lo hace, la validez ética de los ideales como vía de perfeccionamiento de la anomia natural del ser humano.
Con él descubrí el término mediocracia, que define, a partir de su carencia de ideales, como algo vil, cobarde, escéptico, solo combatible individual o socialmente por medio de hondos anhelos de perfección.
Estableciendo una suerte de paradigma entre lo mediocre y lo ideal afirma: “Frente a la ciencia hecha oficio, la Verdad como un culto; frente a la honestidad de conveniencia, la Virtud desinteresada; frente al arte lucrativo de los funcionarios, la Armonía inmarcesible de la línea, de la forma y del color; frente a las complicidades de la política mediocrática, las máximas expansiones del Individuo dentro de cada sociedad.
Cuando los pueblos se domestican y callan, los grandes forjadores de ideales levantan su voz.” (http://www.cecies.org/imagenes/edicion_176.pdf, p.25).
En mi reciente itinerario de ida y vuelta a Almería, España, leí un libro que me obsequió una dilecta amiga, el cual sumo a la lista de aquellos que dejan improntas. Se trata del ensayo “Mediocracia.
Cuando los mediocres toman el poder” (Turner, 2019), de la autoría del filósofo, sociólogo y escritor franco-canadiense, nacido en Quebec en 1970, Alain Deneault, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Montreal.
Volumen que, en una entrevista publicada en “El Cultural”, en septiembre pasado, durante una visita promocional del libro a España, el periodista Andrés Seoane califica como “un ácido ensayo donde alerta de la revolución anestésica que ha llevado al poder a los mediocres generando una sociedad injusta y sin pensamiento crítico”.
Para Deneault, los mediocres se encuentran enquistados en espacios de pensamiento como las universidades, en los intersticios de poder del Estado, en el lenguaje, la dinámica y el afán desproporcionado de lucro de las industrias y las empresas, como también en los ámbitos de la cultura y el delirante discurso de las ideologías, de por sí famélicas y agónicas, sean de derechas, centro o izquierdas.
Para este pensador, es un hecho incontrovertible que los mediocres han asaltado y tomado el poder, sin que para ello haya tenido que producirse una revolución o una conmoción social o una confrontación bélica.
Lo más terrible es que la mediocridad ha pasado, en su estricto significado lingüístico, de ser aquello que estaría en la media como una abstracción a ser “el estado medio real”, es decir, a ser lo que prevalece, lo establecido como norma, y peor aun, lo garantizado por la autoridad.
Los centros de ejercicio del saber y del poder están en manos de quienes apenas consiguen niveles medios de competencia.