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Matar un hombre

Nassef Perdomo Cordero
📷 Nassef Perdomo Cordero, abogado.

El sábado la sociedad colombiana fue sacudida por el atentado contra Miguel Uribe Turbay, precandidato a presidente por uno de los partidos de la oposición, quien al momento de escribir estas líneas se debate entre la vida y la muerte. Este hecho remonta la memoria a años en que la violencia política sacudió a esa nación sudamericana. La condena fue unánime a lo largo y ancho de la sociedad y la comunidad política colombianas, incluyendo al presidente actual y todos los expresidentes vivos.

Además de su trágica dimensión individual, el atentado revive el espectro de épocas en las cuales la violencia política decidió el destino colombiano. En los apenas ocho años entre el asesinato de Jaime Pardo Leal en 1987 y Álvaro Gómez Hurtado en 1995, murieron asesinados casi media docena de candidatos o precandidatos presidenciales, pasando por la muerte de Luis Carlos Galán.

El espectro del magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán y el “Bogotazo” gravitó ominosamente sobre la democracia colombiana.

En democracia, el debate de las ideas puede ser enérgico, incluso ríspido. Lo que no es aceptable es que se llegue a la violencia. Cuando esto ocurre, las corrientes antidemocráticas que fluyen bajo la superficie de nuestras sociedades se fortalecen y amenazan con irrumpir en la vida pública y volverse dominantes.

No se llega allí repentinamente, ni sin aviso. La tendencia, muy pronunciada últimamente, a deshumanizar al adversario político insufla el ánimo de aquellos que quieren dar vuelta al tablero e imponerse por la fuerza. Aunque siempre nos guste ver los responsables de ello en las antípodas de nuestras opiniones, en realidad este es un mal que afecta a todos. Todo el espectro político está contaminado por una exaltación dañina.

Al criticarlo en los demás mientras lo ignoramos en los nuestros, abrimos la puerta para que esta agresividad se acepte como un mecanismo legítimo de impulso ideológico. De ahí a que alguien vea en ello un justificante para el asesinato el camino es demasiado corto.

Las diferencias ideológicas no justifican la violencia política. Tal y como señaló atinadamente Sebastián Castellion al criticar a los calvinistas la ejecución en Ginebra del médico Miguel Servet por diferencias doctrinales: “Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre”.

Que nos quede de lección, en un momento en el cual nuestro propio clima de debate se hace cada vez más insoportablemente agresivo.

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