Areli Romero llegó a Uruguay el 24 de junio de 2014. Como muchos de sus compatriotas decidió viajar a Uruguay en busca de una mejor calidad de vida. Fue una de los 884 ciudadanos dominicanos que ingresaron al país en ese mes. Una de los 2.500 que, según datos de la Dirección Nacional de Migración (DNM), arribaron entre enero y junio de este año. En el mismo período solo egresaron 724. En 2013 habían llegado 1.870 dominicanos y no hay datos de años anteriores.
“Los que vinieron primero pintaron una cosa que no era”, contó Romero. Decían que en Uruguay “había mucho empleo. Que pagaban bien y sobraban las oportunidades”. Pero al llegar, y después de tomar la decisión de hipotecar la casa de su madre para poder comprar el pasaje, la realidad fue otra.
En el mismo vuelo que Romero llegaron otros 25 dominicanos. Según cuenta, en República Dominicana comenzó a correr la voz de que en Uruguay se ganaba bien –el peso dominicano vale la mitad que el uruguayo– y la idea de “hacer la América” pero en el sur fue tomando cada vez más adeptos.
“El dominicano es migratorio”, aseguró Braulio Cruz al periódico uruguayo El Observador, quien vive en Uruguay desde hace poco más de un año y medio. “Vienen a probar suerte porque si a mí me va bien y un amigo me pregunta, yo le cuento cómo puede hacer para venir y ahí se corre la bola. Así vamos viniendo”, explicó.
En el caso de Romero, la decisión, si bien meditada, fue más bien por necesidad. Su esposo se encontraba en Uruguay desde hacía poco más de un año trabajando como albañil, y enviaba dinero a la familia.
Pero igualmente la situación económica en Santo Domingo no era la mejor. Con cinco hijos, de entre 20 y 5 años, la venta de productos por catálogo no alcanzaba para cubrir las cuentas. Fue entonces que Romero decidió unirse a su esposo. Cuenta entre lágrimas que fue la manera que encontraron de poder pagar los estudios universitarios de su hija mayor.
Uruguay era, hasta julio, uno de los países que no exigía a los dominicanos visa para poder ingresar, además de ser un país tranquilo, donde se obtiene la cédula en pocos días y no tienen que vivir como ilegales.
Asmin Alberty, otro de los dominicanos, admitió que decir “la verdad” sobre la situación es aceptar que vinieron y fracasaron, por lo que se mantiene una falsa expectativa.
La cifra de dominicanos que arribaban se hizo notoria en 2013, cuando más de 2.000 hicieron el trámite en la Dirección Nacional de Identificación Civil para obtener la cédula de identidad uruguaya, dijo a El Observador el director de esa dependencia, Ruben Amato. Las cifras para este año se espera sean similares, ya que hasta agosto fueron 1.801 los provenientes del país caribeño que la solicitaron.
Varios informes se han enviado desde entonces a Interpol y a las autoridades del Ministerio del Interior para indagar las razones de tal concurrencia, dijo Amato, aunque aún no se ha podido establecer la causa.
De los 60 números diarios que otorga la Dirección de Migración, 50 eran solicitados por dominicanos, aseguró a El Observador el director de la DNM, Carlos Del Puerto. Según Del Puerto, los dominicanos “llegaban a Uruguay a las 4.30 de la mañana y a las 7.00 estaban haciendo cola” para obtener el documento, una situación que calificó de inusual.
Debido a estas características y a “irregularidades en la documentación” fue que se decidió imponer la obligatoriedad de la visa, explicó.
Consultado acerca de las posibles razones de la llegada de dominicanos a Uruguay, el sociólogo especializado en migraciones Martín Koolhaas dijo a El Observador que, al ser un hecho tan reciente, no se tiene un estudio de la población dominicana ni de su perfil sociodemográfico.
Sin embargo, explicó que entre 1996 y 2011 hubo un aumento de los inmigrantes provenientes de la región centroamericana y, a su vez, un retroceso de los inmigrantes de países limítrofes. De todas formas, aclaró que “si se tiene en cuenta los números absolutos”, la cifra no es significativa, ya que en total, los inmigrantes en Uruguay son 2,4% de la población total.
Vivir en Uruguay no ha sido “cosa fácil”, coincidieron los entrevistados. La mayoría de los dominicanos que llegan a Uruguay se ven obligados a vivir en pensiones, donde comparten una habitación con al menos otras tres personas.
Conseguir un trabajo tampoco es tarea sencilla. Si no tienen un certificado de estudios sellado por las autoridades dominicanas, no pueden validarlo en Uruguay y por eso terminan realizando trabajos poco calificados. La mayoría lo hace en la construcción, como guardia de seguridad o, en el caso de las mujeres, en empresas de limpieza.
Otras, ven una salida económica en la prostitución. “De 100 mujeres dominicanas, 95 se están prostituyendo porque entra plata fácil, plata diaria”, aseguró Giselly Reyes.
El País informó en abril de este año de un relevamiento realizado por la ONG Visión Nocturna que atiende a trabajadoras sexuales del litoral y norte del país, y constató que las dominicanas están presentes en gran parte del interior.
Con la imposición de la visa esperan que el boom de entrada al país se detenga. Muchos, aseguran, están retornando. La falta de trabajo y los costos de vida son las principales razones.