Nos han dejado estupefactos los suicidios recientes. Anthony Bourdain se quitó la vida con el cinturón de la bata de baño en un hotel de Francia.

Chef, escritor y productor famoso y rico que hasta entrevistó Obama cuando fue presidente de Estados Unidos y ganó varios premios Emmy.

Como dijo su madre lamentando su muerte: “lo tenía todo”, sin embargo, tuvo una historia triste no contada, una desgracia que lo desesperó y lo condujo a lo que muchos filósofos llaman el mayor fracaso existencial: acabar con su vida.

Según los estudios el suicidio es una de las 10 causas principales de muerte en EE. UU. En el país vamos por el mismo camino, pero las muertes no son de famosos, sino de simples mortales, de los cuales muchos se suicidan, pero antes de hacerlo matan a su pareja.

Nadie explica a profundidad todas las causas del suicidio. Más de la mitad de los que cometen el hecho no tienen problemas mentales. Surge la pregunta: ¿qué hacer frente al suicidio? Una respuesta es fortalecer la resiliencia, que se define como la capacidad de sobreponerse a la adversidad, de superar una situación extrema y salir de ella mejor que antes.

¿Y cómo fortalecemos la resiliencia? Bonnie Bernard plantea que hay que enseñar a las personas a aceptar la transformación y el cambio de la vida y a que se enfoquen en sus fortalezas más que en sus debilidades.
Jerry Reed propone que se eduque a la gente para que aprenda a salir delante y pueda superar las dificultades y frustraciones.

Eckhart Tolle, después de experiencias de dolor que lo hicieron pensar en el suicidio, llegó a la conclusión de que vivir el presente y disciplinar el pensamiento para estar en el aquí y ahora es el antídoto frente a la desesperación.
Y Nelson Mandela, el hombre más resiliente del mundo, nos invita a perseverar en los propósitos, a perdonar y a enfocarnos en el servicio como camino de la paz interior, porque ser preso de uno mismo puede ser la peor cárcel, pero nunca el suicidio es la liberación.