Más que un papa: el cónclave que definirá el rumbo ideológico de la Iglesia

Santo Domingo. – La gente de Iglesia insiste en aclarar que en el Cónclave se elige al sucesor de Pedro, al Vicario de Cristo y no al papa anterior y que entre los cardenales actúa el Espíritu Santo para conducirlos en sus decisiones.
En los últimos cónclaves la elección del papa ha sido relativamente rápida: Francisco fue electo en dos días y solo se necesitaron cinco votaciones para superar el 75 por ciento de los votos necesarios.

Con Benedicto XVI fueron los mismos dos días, pero solo se necesitaron dos votaciones. Juan Pablo II requirió tres días y ocho rondas de votaciones y Juan Pablo I, igual solo se requirieron dos días y cuatro votaciones.
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La antesala de este Cónclave no permite prever qué tan difícil o fácil será la elección, ni visualizar claros favoritos como ocurrió con Benedicto XVI, Juan Pablo I o Paulo VI.
En los ambientes previos y durante el cónclave los cardenales electores oran y discuten, porque al final de la jornada las boletas con los nombres son escritos por humanos, provistos de libertad.
En la Capilla Sixtina, donde el arte de Miguel Ángel se alza como testigo eterno del poder espiritual, los cardenales elector de la Iglesia entraron para ser actores principales del enigmático y simbólico proceso de la elección del Papa.

La muerte del papa Francisco ha hecho que esta vez más que elegir a un hombre, los cardenales electores parecen llamados a decidirse por un estilo, una visión, un rumbo. Su disyuntiva será si continuar la estela reformadora, aperturista y pastoral del papa Francisco, o darle un giro hacia una Iglesia más doctrinal, institucional y conservadora.
Un cónclave con peso ideológico
La muerte o renuncia de un Papa convoca a un cónclave, pero no todos los cónclaves tienen el mismo contexto. Este, como pocos, enfrenta a la Iglesia con su propia encrucijada histórica, donde hasta temores de cismas se olfatean. Bajo el pontificado de Francisco, la Iglesia se acercó a los márgenes, promovió la ecología integral, desafió al capitalismo desregulado, impulsó una sinodalidad que descentraliza el poder romano y llamó al diálogo con las periferias humanas y existenciales. Esto lo convirtió en una figura admirada, pero también en un Papa incómodo para sectores internos que ven con recelo sus reformas y su estilo de gobierno.
Hoy, al mirar hacia el próximo pontífice, el Colegio Cardenalicio no solo se pregunta quién puede ser “el hombre de Dios” para este tiempo, sino también qué Iglesia se quiere consolidar. Las alineaciones ideológicas no son nuevas, pero pocas veces habían estado tan presentes ni tan discutidas como en este momento. El cónclave será también una deliberación sobre el alma misma de la Iglesia del siglo XXI.
Francisco fue un papa disruptivo, tanto que dejó un colegio cardenalicio con 135 cardenales electores, de los cuales 133 están en la capilla sixtina porque dos no pudieron asistir por problemas de salud, cuando las normas fijaban un tope de 120 electores.

Los cardenales creados en su pontificado permitió ampliar el mapa de la representación cardenalicia, quitándole el dominio absoluto a los europeos y dando más participación a países de las perifierias, en especial a Africa.
Pese a que en su pontificado fueron creado el 80 por ciento de los cardenales electores, no se vislumbran figuras avasallantes como favoritos, sino que con el mote de papables entra una multitud de purpurados. Más de 30 nombres aparecen en las quinielas que elaboran los especialistas en temas pontificios.
¿Francisco II o un giro hacia el pasado?
Aunque se pudiera creer que por haber creado a la gran mayoría de los cardenales electores, en el cónclave predominaría la visión de francisco, la realidad es que los cardenales no son autómatas ni obedecen líneas de partido. Dentro de ese grupo hay matices: algunos apuestan por una continuidad pastoral, otros por una corrección doctrinal.
Las tensiones visibles en los últimos años —desde las críticas de sectores conservadores, hasta el debate sobre el celibato, el rol de las mujeres, o el enfoque hacia las uniones homosexuales— dan cuenta de que esta elección será mucho más que una cuestión de edad, carisma o nacionalidad del futuro Papa.
El proceso: secreto, solemne y estratégico
El cónclave, cuya etimología viene del latín cum clave («con llave»), es una deliberación secreta, cerrada, en la que los cardenales electores son aislados del mundo exterior con el propósito de elegir, mediante voto secreto y personal, al sucesor de Pedro.
El proceso inicia días después de la sede vacante, cuando se declara oficialmente que no hay Papa. En ese interregno, el gobierno ordinario de la Iglesia pasa al Colegio de Cardenales, aunque sin capacidad de introducir reformas ni tomar decisiones trascendentales.
Con la muerte de un Papa, uno de los ritos legendarios es la destrucción del anillo y el sello pontificio tras la declaratoria oficial de su fallecimiento por parte del Camarlengo. En esta oportunidad el mundo recinbió con sorpresa el acto del Colegio Cardenalicio al término de sus Congregraciones Generales en el que se destruía el anillo y el sello, lo que se creía había ocurrido hacía 12 días.
No se ha informado si es una de las novedades introducidas por el papa Francisco antes de morir, quien incluso modificó los rituales de su funeral.
Los preparativos: tradición y rigor
Previo al cónclave, se celebran las Congregaciones Generales, sesiones donde los cardenales —electores y no electores— evalúan la situación de la Iglesia, sus desafíos globales, y perfilan las cualidades deseadas para el próximo pontífice. Es en esos intercambios donde se discuten ideas, se mide el consenso, y emergen posibles papables.
Al ingresar al cónclave, cada cardenal jura guardar secreto absoluto y actuar movido por el bien de la Iglesia universal. Los votos se emiten en la Capilla Sixtina en jornadas de cuatro votaciones diarias (dos por la mañana, dos por la tarde), hasta alcanzar los dos tercios necesarios para elegir al nuevo Papa. El primer día prima la oración y meditación, por lo que solo se vota una vez.
Si no hay elección tras el cuarto día, puede hacerse una pausa breve. Si se prolonga mucho, los cardenales pueden cambiar el criterio del voto a mayoría absoluta, aunque esto requiere aprobación previa. Cada jornada termina con la famosa fumata: blanca si hay Papa, negra si no.

El anuncio de un nuevo papa, con el Habemus Papam, es un acontecimiento esperado por el mundo, con un impacto inmediato y abre un nuevo episodio en la historia de la Iglesia.
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