Manual para entender el tema racial dominicano

Esclavitud, mestizaje y religión: manual para entender el tema racial dominicano

Esclavitud, mestizaje y religión: manual para entender el tema racial dominicano

Hanlet Domínguez

Por: Hanlet Domínguez

Madrid y París tenían conceptos muy distintos acerca de la política colonial que imperaba en sus respectivos territorios de ultramar, principalmente en la Isla Española. El Santo Domingo español (hoy República Dominicana) es la cuna del mestizaje en América (mezcla de españoles, nativos americanos y, posteriormente, africanos) y fue, además, el bastión del catolicismo en la región los primeros años del siglo XVI.

La política de la corona española a principios de dicho siglo era fomentar los matrimonios interraciales con los nativos (recordemos a Miguel Díaz Aux, conquistador en México, primer mestizo de América nacido en Haina-Santo Domingo, c. 1496) para facilitar la conversión a la fe y adoctrinarlos a través de las encomiendas (se atribuía a un colono la autoridad en un territorio para poner a trabajar y a educar en la fe a un grupo de indios en la América hispana).

Con respecto al mestizaje, el afamado antropólogo, historiador e indigenista mexicano Gonzalo Aguirre Beltrán enfatizó que “la distinción entre hijos legítimos de uniones indohispanas (llamados españoles o criollos) y los ilegítimos (llamados mestizos) fue establecida hacia 1570”.

Entre los educadores podemos mencionar a los religiosos, algunos de ellos críticos del sistema explotador colonial en la isla (como, por ejemplo, Fray Ramón Pané, primer maestro-antropólogo), los franciscanos que educaron al cacique Enriquillo y los dominicos Fray Pedro de Córdoba y Fray Antón de Montesinos.

Estos últimos sentaron las bases del trato igualitario con su sermón de adviento en Santo Domingo de 1511, y luego dieron lugar a las famosas Leyes de Burgos de 1512 (enfatizadas en los derechos de los nativos en la Isla Española).

Pero también, la fe, increíblemente, era fomentada a través de la esclavitud para los negros “inconversos” que luego llegaron a dicha isla, procedentes del África occidental con costumbres y creencias animistas, que los españoles llamaban “malas costumbres”.

En tal sentido, se les enseñaban las cuestiones básicas de las Sagradas Escrituras, y con ello, a leer y escribir (solo lo básico) para que pudieran llegar a ser bautizados “dentro del año de su residencia en los dominios de su Majestad”.

Así lo estipulaban las autoridades españolas en la Instrucción para los dueños de esclavos, en todos los dominios de América en su capítulo 1, al tratar el tema de la educación de los esclavos.

A pesar de todas las atrocidades que se vivían en este sistema opresor esclavista, en la Isla Española, a los esclavos africanos se les enseñaban, primordialmente, los diez mandamientos (principios morales y éticos).

Para los españoles del siglo XVI, el problema de la esclavitud no era tanto racial, sino más bien religioso (“el bien contra el mal”) como, por ejemplo, la cristiandad contra el Islam de los otomanos (en la cosmovisión católica, estos últimos eran los infieles delante de Dios).

Con estas costumbres judeocristianas —como amar el prójimo como a uno mismo (según la instrucción, si el esclavo se enfermaba, el amo debía responsabilizarse de su salud), guardar el día de descanso, ir a misa los días de fiestas cristianas o tener derecho a darse en casamiento y formar familia—, los españoles se distanciaban drásticamente del sistema esclavista en las colonias (inglesas) anglocalvinistas de Norteamérica, las cuales, en su gran mayoría, no se mezclaban con los nativos (algunos nativos todavía viven en reservas en esos lugares) ni con los esclavos africanos (que no tenían derechos plenos, hasta mediados del siglo XX en Estados Unidos).

Para esto se basaban en la teoría de la predestinación calvinista, que suponía que ellos (los ingleses puritanos) eran el pueblo que se salvaría por medio de la gracia de Dios. Por ende, mezclarse con otras razas era dañar el plan divino.

Esta visión se diferenciaba de la de las autoridades españolas, que veían en la mezcla racial, como ya se dijo, el camino para expandir la fe en sus dominios sin discriminación (siempre y cuando la persona fuera católica), ya que los mismos españoles estaban, desde hacía siglos, sumamente mezclados, racial y culturalmente.

En el caso de la colonia vecina francesa de Saint Domingue (hoy Haití), los esclavos eran brutalmente abusados al extremo, con trabajos prácticamente sin descanso en las plantaciones agrícolas por la ambición de producción, lo cual convirtió este territorio en la colonia más rica del mundo.

Los esclavos se escapaban a las sierras y montañas de lado español, en busca de esa supuesta “esclavitud blanda”, la cual se enfocaba primordialmente en el pastoreo de ganado en los hatos y en una “moderación de trabajos y tareas”, según las instrucciones españolas para los que tenían esclavos.

El tratado de Aranjuez, firmado en junio de 1777, entre España y Francia para delimitar algunas cuestiones en la isla de Santo Domingo, en su artículo 2, trata de subsanar el tema de los esclavos que se escapaban de una colonia a otra (principalmente el flujo migratorio desde la colonia francesa con destino a la española).

Tal fue el famoso caso de los esclavos que se escaparon de la colonia francesa un siglo antes, a la parte española, como lo menciona Orlando Inoa en su libro Historia Dominicana cuando escribe: “En 1670 un grupo de 73 negros africanos cimarrones escaparon a la parte española; fueron acogidos por el gobernador Francisco Sandoval y Castillo, quien los ubicó en el lado este del río Ozama en tierras de los curas de la Compañía de Jesús [los jesuitas].

La mitad eran negros mina […], por lo que ese asentamiento se llamó San Lorenzo de los Mina.

Volviendo al artículo 2 de dicho tratado, este estipulaba lo siguiente: “Se restituirán, fiel y puntualmente, los esclavos de ambas naciones luego de que sean reclamados por el oficial que tenga este cargo”.

Santo Domingo fue una excepción a la regla en el siglo XVIII, con respecto a los demás territorios españoles, ya que el mestizaje había tocado durante dos siglos a toda la sociedad, como no ocurrió en ningún otro territorio en la América.

Esto fue tan palpable que el político francés Moreau De Saint-Mery, quien visitó Santo Domingo a final del siglo XVIII, era muy crítico de la sociedad de la parte española de la isla, ya que la catalogaba como una sociedad de idólatras llena de fanáticos religiosos católicos.

Pero, respecto de la mezcla racial, Saint-Mery se sorprendió bastante, ya que escribió: “Los prejuicios de color, tan poderosos en otras naciones, donde se ha establecido una barrera entre los blancos y los libertos o sus descendientes, casi no existe en la parte española [Santo Domingo Español].

Por eso, las leyes de las Indias españolas sobre los libertos han caído absolutamente en desuso”. En pocas palabras, había más libertos que esclavos.

Continuará…



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