Maledicencia

El nivel estratosférico de la maledicencia en esta era digital deja muy chiquita a la industria del chismorreo, la injuria y la difamación de la pasada época análoga.
Lo pensé al recordar cuánta presión sintió el presidente Guzmán en las semanas finales de su inconcluso cuatrienio en 1982.
La incesante intriga chismosa o maledicencia por sí solas no conducen al suicidio sin que exista una depresión importante u otra enfermedad mental.
Pero esto no exculpa a quienes contribuyeron con su cizaña al triste final de don Antonio, cuyo suicidio fue hace hoy 41 años.
Los maledicentes usualmente comparten carecer de gracia, su perfidia suele ser tosca. No tienen lo que Baltasar Castiglione, en su renacentista Manual del Cortesano, llama “sprezzatura”, voz italiana casi intraducible. Es como un desgaire o presteza para encantar sin denotar esfuerzo.
Todo caballero según Castiglione debe ejercer todo arte sin mostrar oficio.
Las damas igualmente, cuales sean su ocupación o pecados, añaden gracia y finura a cuanto hacen cuando es hecho con sprezzatura.
Damas y caballeros no son quienes dicen o pretenden serlo, sino quienes ejercen sin que les cueste sufrimiento.
El donaire y la clase —nada que ver con cuentas bancarias— difícilmente se impostan. San Lucas dijo que ningún árbol bueno da frutos malos, ni árbol malo da frutos buenos.
La boca habla de lo que abunda en el corazón. Y al recordar a Guzmán quise también decir otra vez todo esto.