Magnicidio en Haití

Magnicidio en Haití

Magnicidio en Haití

EL DÍA fue el primer periódico en el mundo que ofreció la infausta noticia del asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, noticia que impactó y sorprendió, pero de la que se temía que pudiera ocurrir.

El mandatario muerto es una desgarradora simbología de cómo está la institucionalidad, la esperanza, la democracia y el desarrollo de la nación más pobre de América.

El magnicidio conmovió al mundo, pero estremeció la la isla como un sismo de máxima intensidad.

La realidad es que Haití ha sido dejado a su suerte por los mismos responsables de llevarlo al calvario y que ahora quisieran que República Dominicana cargue con los problemas del vecino.

Esos mismos se han encargado, desde 1804, de matar la posibilidad de que Haití despegue como proyecto de nación.

Pese al largo historial de violencia e inestabilidad de ese país, el asesinato de Moïse es apenas el segundo que ocurre y el primero en más de un siglo. El anterior ocurrió en 1915 cuando una turba linchó al presidente Jean Vilbrun Guillaume Sam.

Lo ocurrido en la madrugada de ayer retrata de manera descarnada hasta dónde ha llegado el deterioro de la situación haitiana, que no pudo garantizarle la vida a un presidente en ejercicio en su propia casa.

La facilidad con que un comando armado penetró a la residencia presidencial para matar al presidente Moïse constituye un claro indicador de que el crimen organizado se ha apoderado de ese territorio y que, además, cuenta con la complicidad de sectores sociales y económicos de gran influencia.

República Dominicana sufre los efectos de lo que ocurre en el otro lado de la isla. Por tanto, hace bien en no ser un agente pasivo y reclamar con firmeza que la comunidad internacional asuma su responsabilidad frente a un Haití que nunca ha podido despegar como nación y donde no se ha podido instaurar algo que parezca democracia.
El magnicidio en Haití, aunque parezca exagerado, solo es la punta de un iceberg.



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