Norway's Prime Minister Jens Stoltenberg (L) and Brazil's President Luiz Inacio Lula da Silva (R) pose during a welcoming ceremony at the Planalto Palace on September 16, 2008, in Brasilia. Stoltenberg is on a three-day official visit to Brazil. AFP PHOTO / Evaristo SA
Brasilia.- Durante la presidencia de Luiz Inacio Lula da Silva entre el 2003 y el 2010, María de Jesús da Costa les servía de vez en cuando a él y a sus ministros platos como guiso de cordero en un restaurante que abrió en lo que supo ser un depósito.
Igual que millones de personas que ascendieron a la clase media durante ese período, da Costa, de 62 años, se sentía identificada con Lula, un empleado fabril y líder sindical que llegó a gobernar el país más poblado de América Latina.
Lula ordenaba platos populares y la contrataba para eventos especiales. Da Costa, a quien sus clientes llaman Tía Zelia, dejó de cocinar para los albañiles de las favelas y pasó a codearse con los personajes más poderosos de la capital en su restaurante.
Pero dice que empezó a perder la fe en el futuro cuando la presidenta Dilma Rousseff, antigua aliada de Lula y quien fue su jefa de gabinete, lo sucedió en el 2011.
A diferencia del carismático Lula, Rousseff nunca pudo conectarse con el brasileño promedio y para colmo tuvo que lidiar con una gran recesión y con escándalos de corrupción que debilitaron el Partido de los Trabajadores.
“Lamentablemente nunca comió lo que cocino porque siempre estaba de dieta”, dijo da Costa de Rousseff, quien todas las mañana hacía paseos en bicicleta de montaña. “Me mandó su foto autografiada.
La colgaré en la pared y rezaré para que vuelva Lula en las elecciones del 2018”. El desencanto alcanzó su punto máximo cuando Rousseff fue destituida el 31 de agosto por violar leyes de responsabilidad fiscal en el manejo del presupuesto.
La actitud de da Costa es la misma de millones de brasileños que se sienten decepcionados con el Partido de los Trabajadores, que a lo largo de una década impulsó programas sociales y leyes progresistas, incluido el aumento del sueldo mínimo, que sacaron a millones de personas de la pobreza. Siempre se enfocó más en los desposeídos que en los ricos.
Da Costa y los demás creen que todavía se puede promover una sociedad igualitaria en Brasil, el último país latinoamericano que abolió la esclavitud, en 1888, y que arrastra numerosos problemas raciales.
Sus esperanzas giran en torno a Lula. “Si no es Lula, ¿quién?”, pregunta da Costa, cuyo restaurante está lleno de fotos del ex presidente obrero.
Lula ha declarado su intención de postularse en el 2018 y encabeza las primeras encuestas, pero pesan sobre él denuncias de corrupción y tiene por delante un juicio acusado de obstruir a la justicia en un caso de corrupción masiva que estremece al país.
La investigación del pago de grandes coimas por parte de la empresa petrolera estatal Petrobras derivó en el arresto de numerosos empresarios y políticos, incluidos muchos vinculados al PT.
Si bien Rousseff no ha sido implicada, muchos brasileños la responsabilizan a ella y a Lula por las irregularidades ocurridas bajo sus gobiernos.
Hay también un enorme malestar en torno a la recesión que padece el país, que registra una inflación de más del 10% y en el que mucha gente se está quedando sin trabajo.
El PT está muy debilitado y hay quienes piensan que jamás se recuperará. Durante el proceso que derivó en el juicio político a Rousseff y su destitución, el cual duró casi un año, los líderes partidarios amenazaron con organizar multitudinarias protestas contra Michel Temer, el vicepresidente que sucedió a Rousseff.
Esas movilizaciones, sin embargo, nunca se produjeron. “El Partido de los Trabajadores se desmoronó y no hay otro partido que puede llenar ese vacío en un futuro cercano”, opinó Claudio Couto, profesor de ciencias políticas de la Fundación Getulio Vargas.
“Con un PT debilitado, seguramente crecerán los conservadores. Pero es poco probable que le den a la gente lo que quiere, por lo que esto no ha terminado”.
En el extraño mundo de la política brasileña, por otro lado, algunos dirigentes del PT dicen que la destitución de Rousseff puede beneficiarlos.
A lo largo del último año los índices de popularidad de Rousseff giraban en torno al 10% y que eso podría afectar las posibilidades del partido en el 2018.
Con ella afuera, Lula y el partido pueden actuar desde la oposición y plantársele firme a un Temer que es también muy impopular y quien es visto por muchos como un presidente ilegítimo.
El mandatario fue abucheado fuertemente durante la inauguración de los Juegos Paralímpicos el miércoles. Lula alcanzó prominencia actuando desde la oposición y perdió tres elecciones antes de llegar a la presidencia.
Sus partidarios creen que una vuelta a sus “raíces” puede ayudarlo a restablecer su conexión personal con la gente y a revivir su reputación y al partido.
El PT encara una prueba de fuego en las elecciones municipales a nivel nacional de octubre. El premio mayor es la alcaldía de Sao Paulo, la ciudad más grande del país y su centro económico.
El alcalde de Sao Paulo es Fernando Haddad, militante del PT a quien se atribuye haber mejorado la red de transporte público de la megaciudad pero que también ha sido criticado por estrechar algunas calles.
Actualmente está cuarto entre varios candidatos y su objetivo es quedar entre los dos primeros y forzar una segunda ronda.
“Hemos sido bombardeados (por la prensa) y seguimos siendo competitivos. Podemos recuperarnos”, afirmó el presidente del PT Rui Falcao.
En la capital, mientras tanto, da Costa dice que no tendría problemas en atender a Temer si se aparece por su restaurante. Pero sus lealtades políticas no cambian, como tampoco el menú con guiso de cordero. “Lula es el futuro, pero tenemos mucho trabajo por delante”, señaló.