Luis Abinader y su estilo de gobierno
Desde que asumió la Presidencia en agosto de 2020, Luis Abinader ha cultivado una imagen de cercanía con la gente. Es difícil determinar si responde a un rasgo personal, a una estrategia política o a una combinación de ambos factores.
Lo cierto es que su estilo de gobernar se distancia de la imagen tradicional del mandatario encerrado en el Palacio Nacional. La percepción pública lo ubica más en la calle que en su despacho, recorriendo barrios, inaugurando obras y participando en actividades que, en ocasiones, poco tienen que ver con la solemnidad que caracteriza la figura presidencial.
Este modelo de gestión no es nuevo en la política dominicana. En el pasado, Salvador Jorge Blanco implementó las Audiencias Populares, en las que los ciudadanos acudían al Palacio Nacional en busca de soluciones.
Luego, Danilo Medina introdujo sus Visitas Sorpresa, en las que recorría el país prometiendo apoyo a proyectos productivos y comunitarios. Ahora, con «El Gobierno Contigo», Abinader lleva el poder al barrio con el propósito de escuchar a la gente y dar respuestas directas a sus necesidades.
La intención, en principio, parece loable: un Presidente que no se mantiene distante ni confinado en sus oficinas del Palacio Nacional, sino que baja a la realidad de los ciudadanos. Sin embargo, el gran dilema sigue siendo la efectividad de este tipo de iniciativas.
Porque aquí hay un punto clave: la cercanía del presidente con la gente no debería ser un fin en sí mismo, sino un medio para lograr resultados. En política, los gestos son importantes, pero si no van acompañados de soluciones concretas, se quedan en simple espectáculo.
Si un presidente tiene que salir de su despacho para que un ciudadano le diga que su calle está llena de hoyos o que el agua inunda su casa con cada aguacero, el problema no es de cercanía, sino de eficiencia gubernamental.
Si en cada visita los residentes se quejan de la inseguridad, a pesar de que un destacamento policial está a pocas cuadras, la falla es estructural. No es posible que un jefe de Estado tenga que constatar personalmente lo que deberían estar resolviendo sus ministros, alcaldes y directores de instituciones.
Es ahí donde radica la verdadera discusión: ¿hasta qué punto este modelo de gestión es realmente efectivo? No se puede gobernar un país como si se tratara de resolver problemas individuales en cada visita.
Las deficiencias del Estado requieren planificación, seguimiento y ejecución de políticas públicas que vayan más allá de la presencia del mandatario en el lugar de los hechos. Un gobierno eficiente no es el que más visitas realiza, sino el que logra que las instituciones funcionen de manera efectiva sin la necesidad de que el presidente tenga que intervenir personalmente en cada problema.
El otro riesgo de este tipo de estrategias es que pueden generar expectativas desmedidas en la población. Si la gente siente que el Presidente les escucha y promete soluciones inmediatas, pero luego no ve cambios reales, el resultado es el desencanto.
En política, la confianza es un recurso valioso pero frágil, y cuando las promesas no se cumplen, la credibilidad del liderazgo se resiente. Basta recordar el desgaste que sufrieron en su momento las Visitas Sorpresa de Danilo Medina: lo que al principio fue visto como un acto de conexión con la gente, con el tiempo se convirtió en blanco de críticas por la falta de seguimiento a muchas de las promesas hechas en esas jornadas.
Luis Abinader tiene un desafío importante: demostrar que su cercanía con la gente no es sólo una estrategia de imagen, sino un mecanismo real de transformación.
De lo contrario, corre el riesgo de que su activismo constante termine siendo percibido como mero populismo, sin impacto real en la calidad de vida de los ciudadanos. La gente no vota sólo por la empatía, sino por los resultados.
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