*Por: Luis R. Santos
La historia de un país tiene hitos, puntos de inflexión, que marcan su devenir. El año pasado fue uno de estos.
Imaginemos que ese conciliábulo maléfico llamado PLD hubiese seguido en el poder. Imaginemos que la familia y el entorno más cercano del señor Danilo Medina se hubiesen quedado cuatro años más. ¡Mejor no lo imaginemos!
Después de haber sido vapuleados por un régimen de horror, hoy tenemos un presidente que está impulsando nuevos paradigmas para gobernar en base al compromiso con el bien común, con la honestidad. Y tiene por delante una labor inmensa: la cultura de la camorra italiana se afianzó más que nunca en el corpus de la política dominicana.
No es solo el haber convertido al Estado en una empresa mafiosa, donde los jerarcas recibían la mayor parte de los dividendos de las acciones criminales, sino, y lo peor de todo, el hundimiento moralgeneralizado que han provocado en nuestro país.
Es esa cultura del robo; es esa cultura de la asociación para delinquir que impulsaron a su paso por el poder; es esa deshonestidad que instauraron como sistema de vida. Es ese propósito meditado de convertir la justicia y sus actores en serviles, en encubridores de sus tropelías. Es esa enfermedad que corrompe las entrañas del cuerpo social dominicano. Es el haberle enseñado a esta generación que el poder es un mero instrumento para el enriquecimiento fácil.
Luchar contra esa cultura de perversidad conlleva mucho desvelo, sacrificios y valentía; implica enemistarse y sacar del gobierno a compañeros, amigos; a todos aquellos que osen imitar las prácticas que han sumido a nuestro país en un estercolero.
La sociedad dominicana debe luchar para erradicar esta cultura maldita; para impulsar nuevos paradigmas desde el poder. Y para que el presidente Abinader alcance esos propósitos, la ciudadanía debe brindarle un apoyo irrestricto a un hombre que no vino a asaltar el erario con un grupo de ambiciosos y depravados.
En virtud de la magnitud del daño causado, es necesario ahondar en los mecanismos de control y vigilancia desde las instancias encargadas de velar por el buen uso de los recursos públicos; porque, tal como afirmara el presidente, no es que no habrá algún suicida o corrupto patológico intentando repetir estas prácticas, sino que no habrá ni debe haber impunidad. A eso debemos apostar.
Ese será el gran legado de este presidente.