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Los trabajadores: forjadores de riqueza, condenados a la miseria

Por Julio Disla

Carlos Marx y Federico Engels, al analizar la condición del proletariado, nos dejaron una verdad que sigue latiendo con fuerza en pleno siglo XXI: los trabajadores levantan grandes edificios en las que nunca habitarán, fabrican ropas que nunca vestirán, producen alimentos que rara vez podrán consumir y crean las riquezas más colosales, pero su destino cotidiano es la miseria.

“La riqueza social aumenta en proporción directa con la miseria de los obreros”, afirmaron en sus escritos, mostrando la contradicción esencial del capitalismo: la expropiación violenta de lo que es fruto del trabajo social o colectivo.

La contradicción fundamental

El obrero, albañil de las grandes ciudades modernas, puede ser el constructor de lujosos apartamentos y palacios corporativos; sin embargo, al final de la jornada regresa a una vivienda precaria, endeudada y limitada. La costurera o el trabajador textil producen para las grandes marcas internacionales, pero jamás pueden comprar lo que sus manos han elaborado. El campesino cultiva tierras que no le pertenecen, llena de alimentos los mercados globales, pero en su mesa escasea lo más básico y esencial.

El capitalismo —con sus promesas de progreso, libertad y democracia— convierte a la mayoría en esclavos asalariados, forzados a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, mientras el producto de ese trabajo se acumula en manos de una minoría parasitaria.

Vigencia de la denuncia

Lo que Marx y Engels denunciaban en el siglo XIX no es historia lejana. Hoy, en la era de la inteligencia artificial y del tecnofeudalismo digital, las nuevas plataformas reproducen la misma lógica: millones producen datos, contenidos y valor en redes sociales, mientras unos pocos gigantes tecnológicos concentran el poder y los beneficios.

El obrero industrial del siglo XIX es, en muchos aspectos, el “usuario gratuito” del siglo XXI: ambos generan riqueza que jamás disfrutan.

El imperativo de hacer conciencia

La conclusión es clara: la miseria de los trabajadores no es un accidente, sino la condición necesaria para que el capital acumule riqueza. Por eso Marx nos recordaba que la emancipación no vendrá de arriba, sino de la lucha organizada desde abajo, desde los propios trabajadores. Por eso afirmaba :“solo la clase obrera a los pueblos liberan”.

Hoy, más que nunca, esa reflexión debe convertirse en acción. Porque mientras exista un sistema donde quienes producen todo lo necesario para la vida misma viven privados de ello, la tarea histórica sigue en pie: transformar el mundo, no solo interpretarlo.

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