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Los tiempos demandan carácter

Patricia Arache Por Patricia Arache
Patricia Arache
📷 Patricia Arache

“Por desesperada que sea la causa
de mi patria, siempre será la causa
del honor y siempre estaré dispuesto
a honrar su enseña con mi sangre”.

    Juan Pablo Duarte

La intensidad de estas palabras refleja el compromiso inquebrantable del fundador de la nacionalidad con la recién proclamada República Dominicana. Duarte no sólo soñó y logró la independencia, sino que asumió la defensa de la patria como un deber sagrado, un principio que aún resuena en quienes valoran el legado de 1844.

Hoy, los dominicanos ondean con orgullo la bandera y exhiben el escudo tricolor recordando que la lucha por la soberanía nunca ha sido fácil, pero siempre necesaria.

Transcurridos 181 años desde la Independencia Nacional, innumerables desafíos han puesto a prueba la determinación del pueblo dominicano.

La gesta del 27 de febrero de 1844, liderada por el inmaculado Juan Pablo Duarte, no sólo sentó las bases de la soberanía, sino que dejó un legado de lucha constante.

Preservar ese ideal ha requerido sacrificios, enfrentando amenazas externas y conflictos internos que, a lo largo de la historia, han intentado menoscabar nuestra identidad nacional.

Mientras, República Dominicana avanza en su desarrollo, la vecina Haití enfrenta una profunda crisis moral, económica e institucional. La violencia de las bandas armadas mantiene a su población sumida en el miedo y la incertidumbre. Es crucial estar alerta para no ser arrastrados por esa turbulencia.

Niños, niñas, hombres, mujeres, jóvenes y ancianos mueren de sed y hambre, pero también víctimas de la violencia, expresada en acribillamientos, matanzas colectivas, violaciones sexuales y todo tipo de sadismo imaginable.

Desde el 1844, distintas potencias imperiales fijaron su mirada en suelo dominicano. Primero Europa, luego Estados Unidos, intentaron extender su dominio, pero se encontraron con un pueblo firme en la defensa de su soberanía.

Con honor y valentía, los criollos resistieron cada intento de ocupación, dejando claro que la independencia conquistada no sería entregada sin lucha, una determinación que debe mantenerse intacta.

En aquellos tiempos, la estrategia de lucha se concentraba exclusivamente en quienes tenían la responsabilidad de la toma de decisiones. No existía el acceso inmediato a la comunicación de masas ni la proliferación de voces interpretativas.

No había sabios omnipresentes, analistas en cada esquina, futuristas que predecían escenarios inciertos ni pitonisas que reclamaban conocer el destino de la patria. Las decisiones se tomaban en silencio, con prudencia, lejos del ruido, bajo el peso de la responsabilidad histórica.

Ahora, el panorama es distinto. Cada acción, cada decisión pública, es sometida al escrutinio inmediato del colectivo. Opinar se ha convertido en una constante, y en ese torbellino de información, a menudo se pierde la perspectiva del momento y la pertinencia de la discusión.

Atrapados entre redes sociales y el fulgor de los estudios de radio y televisión, el debate se fragmenta, se distorsiona, se acelera, aunque más allá de la velocidad del diálogo, la esencia del compromiso patriótico sigue siendo la misma: la defensa de la identidad y el respeto por el legado de los predecesores. Y esto debe ser protegido.

En esta etapa de la vida republicana, quienes gobiernan enfrentan el desafío de aplicar políticas públicas con equilibrio, serenidad y determinación. Deben manejar las tensiones del quehacer nacional con prudencia, sin caer en complacencias que diluyan la autoridad ni en decisiones que generen resentimiento innecesario. Gobernar exige carácter, pero también justicia y visión.

La estabilidad de la nación depende del juicio de sus dirigentes, que, sin dudas, deben cuidar las formas y consolidar el fondo sobre la base del pensamiento del fundador de la dominicanidad: “Nunca me fue tan necesario como hoy el tener salud, corazón y juicio; hoy que hombres sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la patria”.

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