En unas declaraciones dadas a la prensa, el director de Prisiones ha aportado algunos datos interesantes acerca de las cárceles, concernientes al hacinamiento, 64 por ciento; presos preventivos, 60 por ciento, y el tiempo, “décadas”, dijo, de calamidad del sistema.
Si como parte de las políticas públicas de la Administración son impulsados planes para combatir —por inconveniente— el hacinamiento barrial, parece un contrasentido limpiar y acicalar de un lado, y desde el otro meter la basura debajo de la alfombra.
El director general de Prisiones, señor Roberto Hernández, ha dicho que con los centros correccionales en fase de terminación se espera mejorar las condiciones de por lo menos doce mil personas.
Desde un punto de vista social, el sistema carcelario dominicano tiene su realización en la fase preventiva, porque esta conecta muy bien con el espíritu nacional, acostumbrado al “tráncalo”, reclamado desde la gleba y desde las élites. Pero también se concreta por la superficialidad de los arraigos, vistos desde el plano jurisdiccional.
Sea dicho, en beneficio de los jueces, que el talento evasivo del dominicano existe y es de cuidar, y tiene, sin duda, un carácter legendario, como en Cesáreo Guillermo y Enrique Blanco, explicables desde lo vernáculo, y otro inexplicable desde cualquier ángulo: Qurinito.
La presunción de inocencia, un precepto constitucional, no sólo es puesto a un lado por el Ministerio Público desde la íntima convicción de quienes lo concretan, los fiscales, sino desde las propias salas de audiencias, desde las cuales todos los días es engrosado o fortalecido el 60 por ciento de presos preventivos a los que hizo referencia el director de Prisiones.
Al enviar a un imputado a un encierro de tres meses en una cosa como La Victoria, para señalar la más conocida, no la única, está siendo mezclada con la hez de la sociedad, con lo peor de nosotros, una persona a la cual se le presume inocente.
Si hemos de tener a tantos presos preventivos, ¿no sería más civilizado pensar un sistema sólo para ellos?