Los precios a pagar…

Los precios a pagar…

Los  precios a pagar…

Roberto Marcallé Abreu

Meses atrás, recibí una invitación para participar en un encuentro con relevantes personalidades en el piso más encumbrado de un extraordinariamente lujoso y exclusivo edificio que fue erigido en los momentos de mayor gloria y poder del desaparecido Banco Intercontinental.

La vista era extraordinaria. Bajo un cielo azul claro y blancas nubes viajeras se extendía un panorama de centenares, puede que miles, de portentosas construcciones que abarcaban la totalidad de los espacios. La impresión resultaba sencillamente abrumadora.

Similar impacto recibí en otro momento cuando un amigo escritor, con el que coincidí en Santo Domingo, me solicitó nos reuniéramos en el balcón de unas de las suites ejecutivas del hotel Jaragua. Desde el lugar era en verdad espectacular constatar el desarrollo vertical de la ciudad.

Podrían calificarse como muy convincentes esta y otras tantas manifestaciones de “desarrollo”. Puede que uno mismo se diga: ahora vivimos en una urbe similar a las del primer mundo. Solo que las cifras que se nos entregan por diversas vías sobre el “progreso logrado” poseen la capacidad de aturdir a cualquiera y descalificar esta peregrina percepción.

La realidad es dura e implacable. Cuando se indagan los hechos, muchas de las impresiones de las que somos o hemos sido objeto, se transforman en meros espejismos: imágenes huecas y vacías. Tras el escaparate, solo hay cajas envueltas en brillante papel de llamativos colores.

La realidad se desliza entre los dedos, como el agua.
Por ejemplo, la Asociación de Industrias de la República Dominicana, se refirió, días atrás, a la difícil situación que atraviesan las empresas farmacéuticas, bebidas alcohólicas, cigarrillos y las comercializadoras de combustible por lo que calificaron como “prácticas de comercio ilícito”.

Mencionaron, citemos el caso, la “competencia desleal y el contrabando”. Calificaron como “viciosas” determinadas conductas “en la medida en que las brechas entre las empresas formales e informarles se incrementan”.

La queja se extendió al “disminuido nivel de la actividad económica, las cargas tributarias y los costos de la materia prima”.

Un informe de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) nos sirve el dato de que la inversión extranjera directa en el país disminuyó un 29 por ciento respecto al 2017.

El descenso alcanzó un 60.5 por ciento en el sector de comercio e industrias, un 20 por ciento en los flujos inmobiliarios, un 5.1 por ciento en la exportación de las zonas francas y un 54.9 por ciento en el sector minería.

El Centro Regional de Estrategias Económicas Sostenibles, (CREES) manifestó a su vez que desde el año 2000 al 2019 la deuda pública se ha multiplicado por diez “en apenas 18 años”.

La entidad expone con aprensión que “la tendencia que lleva la deuda no es saludable” entre otros motivos porque “solo los intereses representan el 23.5 % de los ingresos tributarios”.

El economista Pedro Silverio Álvarez puntualiza que dicho endeudamiento ha tenido como propósito “mantener a flote la economía dominicana”.

“Es probable que al final de los ocho años de gobierno el actual régimen le haya agregado a la deuda pública cerca de veinte mil millones de dólares, la mayor parte en forma de deuda no condicionada”, indicó.

Hay un decir proverbial que reza que “no todo lo que brilla es oro”. Sobre todo, si se mide por las consecuencias.

Quizás podamos sentir asombro ante el singular “crecimiento vertical” y muchas ejecutorias y aparentes manifestaciones de “progreso” que reclaman los publicistas oficiales.

La pregunta es cuál será el precio y los voluminosos intereses que, a la corta y a la larga, nos veremos obligados a pagar…



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