Los poetas y el Estado

Los poetas y el Estado

Los poetas y el Estado

Hay poetas que creen que la poesía es un oficio, no una pasión. Por eso no trabajan para tener todo el ocio del mundo para escribir poesía, y eso es un error, pues los momentos poéticos son un estado del ser. Por lo tanto, hay que dejar los mejores instantes para la creación.

Estos poetas tienen la falsa creencia de que el poeta ha de ser un hombre no práctico –tampoco un teórico-, sino un sujeto pasivo y embelesado de realidad. Se pasan la vida solo escribiendo poesía porque creen que ganarán el Premio Nobel o el Cervantes, y descuidan el lado humano. Son capaces de destruir moralmente personas y crear a la vez magníficas obras poéticas.

Tienen la convicción de que la poesía es más importante que la amistad y que la familia. Olvidan que Rimbaud y François Villon nunca hubieran obtenido el Premio Nobel, pues los premios son reconocimientos sociales, y una recompensa moral.

Cuando Platón propuso la expulsión de los poetas de la República griega no lo hizo, porque le tenía envidia a Homero –como cree Harold Bloom-, sino también porque entendía que eran entes ociosos que vivían elucubrando y soñando, sin intervenir en el progreso del Estado y en el impulso de la sociedad. Aristófanes pone a dialogar a Esquilo y a Eurípides en su comedia Las ranas, así: Esquilo:

“¿Por qué debemos admirar a un poeta?”. Eurípides: “Por su inteligencia aguda, su sabio consejo y porque haga mejores a los ciudadanos”. Esos poetas que tienen una concepción antisocial, romántica y narcisista de la poesía creen que se lo merecen todo del Estado, pues se sienten seres especiales.

Y no es así. Creen que el Estado está en la obligación moral de protegerlos y asistirlos, aunque no le retribuyan en nada con su talento y creatividad.

Un poeta está en el deber de enseñar, dar clases, formar talleres literarios, ser gestor cultural y servir de modelo a los jóvenes poetas. No a ser entes parasitarios del Estado. Muchos poetas han sido diplomáticos o profesores.

Nuestro Poeta Nacional, Pedro Mir, se ganó la vida impartiendo clases magistrales en la UASD; Octavio Paz y Neruda fueron diplomáticos, y como tales, tuvieron una gran dignidad y pusieron en alto el nombre de sus patrias. Paz incluso renunció como embajador de México en La India cuando se produjo la masacre de Tlatelolco de 1968. Es decir, pueden ser a la vez conciencia estética, moral y política de una época.

Hay poetas que apoyan un partido político para ser tomados en cuenta desde el poder y servir al Estado, pero algunos lo hacen esperando una recompensa.

Y otros, en cambio, en vez de aprovechar su condición diplomática, no asumen su rol, ni contribuyen a la promoción de la literatura de su país en el servicio exterior, ni aun la suya propia, y optan, en cambio, por el ocio improductivo.

Se vuelven profesionales de la envidia y la mala fe, y odian el trabajo material. No creo en el poeta que solo escribe poesía, sino en aquel que además, cultiva el ensayo, que es la prueba de fuego del poeta, y del narrador, como lo dijo César Aira -cuando vino a nuestra Feria del Libro.

La excelencia poética no es un salvoconducto que exime al poeta de su responsabilidad social y moral.

La obra no es, en efecto, impermeable a su autor. ¿Es posible disociar la escritura de la acción moral en la sociedad? Creo que el poeta debe ser un ente activo de la sociedad, no un parásito que vive de la poesía -no para la poesía-, y que la usa de pretexto para manipular a los políticos y al Estado, desacreditando el arte poético.



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